14 octubre 2013

Había una vez... un circo

Me encanta el circo y todo lo que tenga que ver con él. Pero no el circo Maravilla, que llega a un descampado de la ciudad, con los payasos Pocholín y Pocholón de nariz roja y zapatones, el domador, que bien podría llamarse el torturador, o la amazona vestida de cowgirl. Ese no. Ese me deprime y me enfada. Por eso no voy nunca al circo, porque casi todos son así. 

Del circo me gusta su ambiente mágico, los "guauuuu, es asombroso", como los que te saca El Circo del Sol (y eso que no he tenido el placer de verlos en persona), y como los que debía provocar El circo de la noche que creó Erin Morgenstern.

Porque El circo de los sueños, que sólo abre de noche, es un circo lleno de magia, de misterios, de espectáculos increíbles. Es también un terreno de juego, donde se baten a duelo Marco y Celia, desde que eran pequeños, sin conocer las reglas ni cuando termina.

Me daba un poco de pereza leerlo, porque tiene más de 500 páginas, pero me puse y en seguida me atrapó la historia: encantada, sinuosa, delicada. Y mientras iba leyendo, me iba acordando de las películas El Prestigio  y de El Ilusionista  e iba viendo el circo con la mirada de Marina Anaya. Ha sido un camino de lectura muy bonito, la verdad.

Al que le gusten los libros con aspectos mágicos se lo recomiendo, pero le pongo un pero. No sé cómo hubiera terminado yo el libro, pero lo que es seguro es que no lo hubiera hecho como Morgenstern. Me recordó un poco al final de Lost, donde se liaron tanto con la trama que no supieron salir del embrollo y tiraron por el carril del medio, casualmente el menos apropiado. 


Y al que le guste este tipo de libros le sumo unos cuantos más como La mecánica del corazón de Mathias Malzieu, La invención de Hugo Cabret de Brian Selznick, El último gran viaje de Olivier Duveau de Jali o El espíritu del tiempo, de Benjamin Lacombe.

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