27 junio 2013

Ya soy trabajadora social ¿Y ahora qué?

Con gran orgullo y satisfacción puedo decir que ya soy Diplomada en Trabajo Social por la UNED. Hoy me han dado las dos notas que me faltaban y la verdad es que si me dan un año más lo saco hasta con nota, fijaos lo que os digo. Han sido toda una sorpresa las calificaciones que he obtenido, para qué negarlo. 

Largo camino he recorrido hasta llegar aquí. Comencé en octubre de 2005, cuando me di cuenta de que necesitaba aportar algo más a la sociedad que lo que hacía hasta entonces. Poco después pedía la beca para ir a Chile, me la dieron, estuve allí dos años, dejé los estudios aparcados (ahora bien, optimismo no me faltó, pues me  matriculé en varias asignaturas y me llevé todos los libros a Santiago, pagando el consiguiente exceso de peso tanto a la ida como a la vuelta, para no hacer nada). Volví a España, retomé la carrera, encontré trabajo, me apunté a un máster, dejé el trabajo pero seguí con el máster y la carrera. Acabé el máster, encontré otra vez trabajo y me dieron otra beca, esta vez para ir a Ecuador, por un año. Seguí siendo optimista, porque volví a matricularme y a llevar los libros y pagar exceso de equipaje para volver a no hacer nada. Retorné a España en 2011 y ahí me lo tomé en serio. Hasta hoy, que he terminado. Y no me lo creo. Y miro y remiro las notas, a ver si no me he equivocado. Y miro y remiro el expediente, a ver si no me he olvidado de ninguna asignatura. No, todo correcto. Así que ¡¡¡¡HE TERMINADO!!!!

Ocho años de periplo. Ocho años donde no siempre estuve estudiando, pero siempre tuve los estudios en mente. Comencé con 27 años, he terminado con 35 y en medio de una crisis económica y social que hace que la presencia del trabajador social sea más necesaria que nunca, pero menos solicitada que nunca. Así que ¿ahora qué?

Estuve leyendo los foros de la UNED y muchos de los que habían terminado (tardando más o menos lo mismo que yo) manifestaban la misma sensación. Por un lado, alivio por haber finalizado, por no estar pendiente de libros, estudio, exámenes, trabajos, por dejar ya de pagar (excepto las tasas del título). Y, por otro, un vacío interior por haberse acabado algo que llevaba tanto tiempo dentro de uno, por no saber qué pasará a continuación. Porque, ¿quién me va a contratar con 35 años de trabajadora social si acabo de terminar la carrera?

Pero no es momento de angustiarse. Es momento de estar alegre y satisfecha y orgullosa de no haber abandonado por el camino, y de haber podido compaginar el estudio con el trabajo, con otros estudios, con mi vida. Orgullosa de la constancia que he tenido y que intento extrapolar a este blog. Orgullosa de demostrarme que soy capaz de conseguir lo que quiero. Y ahora a mirar hacia delante. A marcarme otra meta, otro objetivo, a luchar por algo más. Porque, ¿qué es la vida sin nada por lo que luchar?

Es el momento de paladear esas tres palabras que me suenan tan propias y ajenas a la vez. Hasta que me las crea. Soy Trabajadora Social. 

25 junio 2013

Los tacones de mi vecina

No conozco a mi vecina de arriba, aunque, ahora que lo pienso, en realidad no conozco a ningún vecino. Dado que no acudo a ninguna reunión de propietarios (más que nada porque no soy propietaria), quizás debiera haber llevado un pastel de presentación a todos los vecinos de mi bloque, como Bree Van de Kamp en Wisteria Lane. Aunque tal y como anda el nivel de confianza en el prójimo a lo mejor me denuncian por intento de envenenamiento. Déjate, déjate. Lo más normal sería que coincidiera en el ascensor con alguno y comentáramos algo del estilo de "a ver si deja de llover, porque vaya primavera" mientras me fijo en a qué piso va, pero es que debe ser que tengo horarios raros porque nunca coincido con nadie ni en el ascensor ni en el portal. Eso o me evitan.

A mi vecina de arriba me la imagino como Betty Draper, levantándose, a las 6:30 de la mañana de la cama, con el pelo y la cara perfecta. Metiéndose en la ducha y vistiéndose con vestido de vuelo y tacones para, a las 7 de la mañana, ponerse a hacer las labores del hogar. La vecina de arriba es un ama de casa con glamour, que plancha, cocina, pasa el aspirador e incluso limpia el baño con tacones, maquillaje, manicura, pedicura y peluquería siempre a punto. 

Bueno, no sé si va por la casa maquillada y con la manicura hecha, pero de que va con los tacones puestos, va. A las 7 de la mañana, a las 2 de la tarde, a las 10 de la noche, a las 3 de la madrugada, toc, toc, toc, retruenan los tacones sobre mi cabeza, toc, toc, toc, recorriendo los 70 m2 de piso, toc, toc, toc, durante minutos y más minutos. 

El otro día, ya cansada de sus toc, toc, toc, decidí meterle una nota en el buzón, pidiéndole, muy amablemente que por favor, se abstuviera de usar tacones en casa a altas horas de la noche o pronto por la mañana, porque abajo se oía un estruendo que no se podía aguantar. ¿La respuesta? La misma nota devuelta en mi buzón preguntando que a quién iba dirigida la nota y que qué quería decir. Vamos, ¿dónde vas? manzanas traigo ¿La respuesta? El toc, toc, toc, más intenso, más prolongado y a más diferentes horas que antes. Todo un ejemplo de buena educación, buena vecindad y de saber vivir en sociedad. ¡Claro que sí!

El único consuelo que me queda es que le tiene que estar quedando el parquet hecho unos zorros, con esos tacones en plan piolets que debe llevar por la casa, porque por lo demás estoy hasta los tacones de mi vecina. 

24 junio 2013

Mongolia: mi tierra prometida

¿Si pudieras viajar a cualquier lugar del mundo, a dónde te gustaría ir? Mi respuesta es Mongolia. 

Yurta
Me viene a la mente un recuerdo. Tengo unos diez años y estoy aprendiendo las capitales del mundo. China: Pekín;  India: Nueva Delhi; Corea del Sur: Seúl; Corea del Norte: Pyongyan; Mongolia: Ulan Bator. U-lán Ba-tor. Lo repito. Lo paladeo. Me imagino cómo puede ser un lugar que tenga un nombre tan enigmático. Voy a mi atlas Océano y busco Mongolia, donde viven los mongoles y las mongolas. Y no entiendo por qué cuando, a veces, me insultan en el cole me llaman mongola. 






Aprendo que es un lugar donde hace mucho frío, donde la gente es nómada, vive en unas casas circulares, llamadas yurtas, que montan y desmontan cada vez que se mueven de un sitio a otro. Que en invierno visten con abrigos, botas y gorros de pieles muy graciosos y en verano con túnicas de colores vivos. Que cabalgan en pequeños caballos peludos, que beben leche de yak y les gusta la cetrería y la lucha libre. Que los habitantes de ese enorme y desconocido país son gente de baja estatura, pelo negro fino y liso, ojos rasgados, mejillas sonrosadas, cara de luna y nariz pequeña y redonda. Y me veo reflejada y me pregunto si no tendré yo algún antepasado mongol. 

No sé por qué pero me fascina todo lo que tiene que ver con su cultura, su inclemente clima, sus agrestes paisajes. Nunca he estado allí y no sé si alguna vez iré, pero cada vez que me topo con algo proveniente de Mongolia me siento atraída de forma magnética. No sólo por el propio país, sino por Mongolia interior, una región de China con la que comparte todo menos moneda y control político.  

Mongolia, ahora empobrecida y olvidada, tuvo su momento de gloria en el S. XIII, bajo la espada de Temudyin, el implacable Gengis Khan. El Imperio Mongol pasó a ser, en 1206, poco más del territorio actual, a abarcar, en 1279, desde Corea hasta el Danubio, con unos 44 millones de kilómetros cuadrados (el 30% de la superficie de la Tierra) y más de 100 millones de habitantes. Por hacer una comparativa, el Imperio Romano, unos siglos antes, alcanzó una extensión de 6,5 kilómetros cuadrados y 88 millones de personas. Da que pensar sobre lo parcializada y occidentalizada que nos enseñan la historia "universal". 

Como es imposible hacerse con un libro de Mongolia que no sea una guía de viajes, mi contacto con esa tierra y esa cultura se ha producido a través del cine. Os dejo las películas que he visto, aunque lamentablemente todas se centran en ese aspecto de pastores nómadas que, si bien es representativo de la cultura mongola, digo yo que no será lo más habitual (podemos ver un retazo de otra realidad más occidental y "desarrollada" en La boda de Tuya). 

La primera película que vi fue El perro mongol, una cinta realizada con presupuesto alemán, pero dirigida y protagonizada por mongoles. Es la historia de Nansal, la hija mayor de una familia de  nómadas mongoles que, un día, se encuentra un cachorro de perro mientras recoge estiércol cerca de su casa. Desde el primer momento se encandila con el perro, pero su padre teme que sea un descendiente de lobo que les llevará mala suerte y le pide que se deshaga de él.  

Con ella descubrí cómo se montan las yurtas, cuál es el tipo de alimentación que tienen, las creencias, las supersticiones y los roles de la mujer y del hombre dentro de la cultura mongola. 



La segunda fue La boda de Tuya, una película china que trata sobre Tuya, una joven mujer que vive en la Mongolia más profunda con su marido inválido, sus dos hijos y un rebaño de ovejas. La presión del gobierno para que los pastores nómadas abandonen su estilo de vida es muy fuerte y el esfuerzo que tiene que hacer Tuya para sacar adelante a la familia es tan grande que cae enferma y no le queda más remedio que divorciarse de su marido y casarse con un hombre que le ayude en el día a día. A pesar de que tiene muchos pretendientes, la condición de que el nuevo marido acepte al anterior, hace que todos huyan. 



Aunque Tuya tiene que divorciarse de su marido para poder casarse con otro, la aceptación del marido inicial se basa en la poliandria (una mujer que se casa con varios hombres) que no era infrecuente en esa región antiguamente. Eso no quiere decir que las mujeres tengan una condición importante y dominante en la sociedad mongola más tradicional. De hecho, en la película siguiente (bien es cierto que está ambientada en el S. XII) un mongol le dice a otro: "Para un mongol es más importante su caballo que su mujer". 

La película es Mongol, una cinta kazaja que cuenta la vida de Gengis Khan, desde los nueve años hasta que se convierte en el Emperador de todos los mongoles y donde, por cierto, escoge a su futura mujer como si fuera un caballo, de una fila de ocho niñas de entre 8 y 10 años. La película fue nominada al óscar a la mejor película de habla no inglesa en 2007, pero lo que más me llamó la atención fue la música. Una banda sonora increíble con el colofón final de la banda de folk rock Altan Urag.  



La última de las películas que he visto (he descubierto que hay muchas más que voy a intentar conseguir pese a la dificultad, que existe en España, para encontrar cintas que no sean de Hollywood) es La gran final y es una coproducción hispano-germana (me ha sorprendido mucho conocer que muchas de las películas que hay de Mongolia están realizadas por iniciativa y/o presupuesto alemán. Alguna conexión oculta tiene que haber por ahí.). En realidad, La gran final, de Gerardo Olivares, no sólo trata de Mongolia, sino que son tres historias que tienen en común que los tres protagonistas (una familia de nómadas mongoles, una caravana de camellos de los Tuaregs en el desierto del Sahara y un grupo de indígenas en la Amazonía brasileña) intentan ver, por todos los medios, la final de la Copa del Mundo de Fútbol de Japón 2002 entre Alemania y Brasil. Lo mejor el humor con el que se aborda la situación y la increíble inventiva que destilan para poder conseguir ver el partido. 


Seguiré viendo películas sobre Mongolia y, quién sabe, quizás un día, me monte en el Transiberiano y  conozca, finalmente, mi tierra prometida. 

20 junio 2013

Parliamo italiano

Tras mis dos strikes en inglés decidí estudiar otro idioma. ¿Francés? Puede que me acuerde de algo de lo que estudié en EGB y no parta de cero. ¿Alemán? Uff, no, no, que no me apetece estudiar tanto. ¿Euskera? Me atrae, pero si con alemán hay que estudiar, con euskera ni te cuento. A ver, Lamb, busca un idioma que sea, o parezca facilito, y así acabamos antes. ITALIANO!!!

Bueno, pues eso, que me apunté a italiano en la Escuela Oficial de Idiomas de Pamplona. Lo que creo que ha sido una de las decisiones más acertadas que he tomado en los últimos tiempos. He leído, he visto películas, he descubierto canciones e incluso he escrito un relato y he ganado un premio. Y todo eso en italiano y en sólo un curso. El italiano es fácil, pero no tan fácil como yo pensaba. Conjugaciones verbales puñeteras, pronombres vacilones, numerosos falsos amicos (palabras que en castellano significan una cosa y en italiano algo distinto), en fin, trampillas para que no te duermas en los laureles. 

Pero lo mejor, lo mejor de apuntarme a clase de italiano ha sido conocer a la gente que he conocido. Un grupo de 15 personas que nos gustamos, que nos apreciamos y que queremos compartir tiempo y actividades juntos (de hecho a pesar de ya ha pasado un mes del fin de las clases seguimos quedando). 

Me lío, me lío. Que el post de hoy iba a tratar sobre la música ligera, que he descubierto en mis ansias de zambullirme en la cultura italiana. Os dejo algunas de mis favoritas con las que cada día aprendo palabras y expresiones nuevas.

Occhi da orientale [Ojos de oriental] de Daniele Silvestri



Luce [Luz] de Elisa



Calma e sangue freddo [Calma y sangre fría] de Luca Dirisio



Per dimenticare [Para olvidarme] de Zero Assoluto



Occhio x occhio [Ojo por ojo] de Anna Tatangelo



Brucerò per te [Quemaré por ti] de Negrita



Quello che [Eso que] de 99 posse



Di notte [De noche] de Pierdavide Carone


18 junio 2013

Hablemos de besos - Primera parte

Esta mañana estaba en el hipermercado, haciendo la compra, cuando empecé a pensar en besos. En lo importantes que son en nuestra sociedad, en las emociones que te provoca darlos y recibirlos, en los diferentes tipos según quién y dónde te los den, etc. Y me dije: Lamb, a lo mejor puedes escribir sobre eso. Dicho y hecho. 

Caminando por la frutería comencé a pensar en el primer tipo de beso. 

1.- El de saludo.

Vamos, los típicos besos en la mejilla que se dan o que se reciben cuando conoces a alguien o cuando te encuentras con un/a amigo/a. En España se dan dos, uno en cada mejilla. En Francia tres. En América Latina uno. En Rusia pueden llegar a darse hasta seis en la mejilla o uno en la boca (uno de los más famosos es el del presidente ruso Breznev y el primer ministro de Alemania Oriental Honecker) y así suma y sigue. 

Pero centrémonos en España que es lo que más y mejor conozco. ¿Dos besos en la mejilla? Humm, sí, pero no. Normalmente es mejilla contra mejilla, no labios contra mejilla (cuando alguien te da uno de estos últimos queda muy raro y más si es húmedo), cuando no es aire contra aire, en plan niñas pijas de Beverly Hills. Y habitualmente es primero a la izquierda y luego a la derecha. Cuando alguien cambia el orden de los factores sí altera el producto, porque se dan situaciones embarazosas del tipo beso en los morros porque los dos fuimos al mismo lado, lo que según con quien puede ser muy placentero y deseado, pero la mayoría de las veces no. 

Normalmente son besos inaudibles, salvo si te los da tu abuela, alguna tía de más de 75 años o tu madre cuando te hace mimos, que entonces son sonoros. Qué digo sonoros. Son rompetímpanos. Se ha sabido, incluso, de casos en los que este tipo de beso ha provocado tínnitus al receptor del beso.


Por la zona del pescado me vino a la mente el segundo tipo. 

2.- El de protección

Es el beso en la frente; el que te daban tus padres cuando estabas enfermo/a (si bien es verdad, muchas veces para comprobar si tenías o no fiebre). O el que te da tu pareja cuando te está intentando consolar. Son besos castos, sin sonido, en el centro de la frente y normalmente pausados, del estilo apoyo mis labios en tu frente durante unos segundos. Es un beso paternalista/maternalista.

Existen un par de variantes de significado a este beso. Está el  de en medio de la frente, o en la cabeza, de pareja abrazada y uno de los miembros más alto que el otro, haciendo que sus labios queden a la altura de la frente del otro. Me da un arranque de ternura y ¡hala! ¡Muuuuuuac! Y está el beso, también de arranque de ternura, pero esta vez en la sien. En la sien porque la posición en la que se está (normalmente uno sentado dando la espalda al otro), no permite mucho juego más de buenas a primeras. 


Por la sección de las conservas me acordé del tercero. 

3.- El de la distancia

También llamado beso al aire. Siempre es de despedida, si no no tiene sentido, y consiste en lanzar el beso a la persona que quieres que lo reciba, cuando está demasiado lejos como para poder dárselo físicamente. Aquí hay dos tipos. Uno que es el de beso en la mano y luego rotación de muñeca para ejecutar el saludo. Y otro, que me parece una cursilada supina y que a no ser que esté haciendo el idiota o borracha como una cuba yo no me presto a hacerlo jamás, que es el beso en la mano y el soplo para que llegue a la otra persona. La cursilería alcanza cotas preocupantes si la otra persona hace el amago de cogerlo con su mano. ¡Como escarpias se me ponen los pelos sólo de escribirlo!


Por el pasillo del desayuno reflexioné sobre el cuarto. 

4.- El alternativo

Este es un beso, con algunas variantes, que yo no sé si la gente lo usa o no, pero que yo sí lo hacía con mis sobrinos, sobre todo cuando eran más pequeños. Aquí entra el beso de mariposa, que es acercar los ojos a su mejilla y abrir y cerrar rápidamente los párpados para que tus pestañas le acaricien como alas de mariposa (descripción empalagosa pero resultado gracioso). También el beso de esquimal, de todos conocido que es el frotar una nariz contra otra en sentido horizontal. Se puede hacer en dos situaciones. En plan, hacer el tonto con niños o bien gesto cariñoso con la pareja que suele derivar en otro tipo de beso más profundo. El tercer tipo es el de la vaca mimosa. Y éste sólo se consiente hacer y recibir cuando la confianza es total. Es el lengüetazo en la mejilla, que puede ser gracioso o puede ser asqueroso (o incluso las dos cosas a la vez). 


En la zona de parafarmacia pensé en el beso romántico, o de pareja (a veces sinónimo, a veces no), pero aquí las variables son tantas que mejor lo dejo para una segunda parte y así me explayo.

14 junio 2013

Rituales académicos u otra forma elegante de llamar a las manías de antes y después del examen

Ahora que he terminado los exámenes de la UNED voy a hablar de una cosa que hago en esta época, y que tras reflexionarla me ha parecido curiosa. Pero antes un resumen informativo, que hace tiempo que no escribo nada demasiado personal en el blog, sobre cómo me está yendo la vida académicamente hablando. 

El año pasado se me fue un poco la mano matriculándome de seis asignaturas de trabajo social. Hice un gran esfuerzo y bastantes malabares para compaginarlas con el trabajo y el inglés y las aprobé todas. Ahora, eso sí, con un desgaste mental bastante interesante. El caso es que me quedaban tres asignaturas para finalizar la carrera. Una la hice en febrero: Políticas Sociales, la cual aprobé. Y dos he hecho en junio: Derecho del trabajo y el Prácticum. Esta última, por cierto, la he disfrutado muchísimo, porque me ha permitido hacer prácticas en una unidad de barrio, y ver in situ cuál es el trabajo del trabajador social institucional. De estas aún no sé la nota y aún creo que tardará un par de semanas en salir. Las espero como agua de mayo como os podéis imaginar. 

Bueno, el caso es que durante la época de exámenes sigo una serie de rituales (y eso que no soy nada supersticiosa), que me ayudan a sentirme más cómoda, más segura y más relajada. Algunos tienen su lógica, pero otros son como los que hace Rafa Nadal cuando practica su saque. Una serie de actos movidos por la costumbre que me ayudan a confiar más en mí y a sentirme más concentrada. Eso o sí que soy supersticiosa.

1.- Nunca pongo música en el coche.

La sede de la UNED de Pamplona está justo al otro lado de la ciudad de donde yo vivo, así que cada vez que tengo un examen tengo que ir en coche. Yo siempre escucho música en el coche. Siempre tengo un CD de canciones varias que se enciende cuando lo arranco y se apaga cuando lo paro. Bueno, los días que tengo examen apago la radiocd. La razón es que tengo una mente muy "espóngica" (y esponjosa, ya que estamos). O lo que es lo mismo, lo que oigo lo retengo y lo repito. Así que si oigo una canción de camino al examen, lo más seguro es que durante el examen esté pensado más en tararear o cantar la canción que en lo que tengo que poner. O sea, que fuera música.

2.- Nunca llevo ni apuntes ni libros al examen.

Hay mucha gente que llega media o una hora antes del examen y se pone como loca a repasar. Yo eso lo hacía antes, cuando no llevaba bien preparada la materia. Pero la edad, y sobre todo, la práctica a la hora de hacer exámenes, me ha hecho cambiar de estrategia. Lo que no me sé no lo voy a aprender en la media hora antes de que comience el examen. Y revisar los apuntes, o el libro, sólo me sirven para sentirme más insegura sobre lo que me sé y lo que no me sé (normalmente para recordarme todo lo que no me sé o lo que no me acuerdo). Así que nada de apuntes. 

3.- Siempre llevo al menos 5 bolígrafos.

Un bolígrafo es normal porque con algo tienes que escribir, digo yo. Dos, si son del mismo color, se podría llamar precaución, por si acaso te falla el primer bolígrafo, pero ¿cinco? Cinco ya es una manía rayana la obsesión. Porque, al fin y al cabo, nunca uso más de dos bolígrafos. Y aquí entraría una submanía de la manía. La de escribir un pequeño esquema de lo que voy a decir a sucio con un bolígrafo y el desarrollo final con otro. No me preguntéis por qué porque no le encuentro sentido, simplemente lo hago. 

4.- Siempre llevo el reloj de bolsillo.

Éste es el ritual que hago cuando llego a mi silla del examen y antes de leer nada. Pongo encima de la mesa mis cinco bolígrafos, mi carnet de la UNED, las gafas si las llevo y el reloj. Aquí tengo que matizar que yo no tengo reloj de muñeca, sino que tengo uno que llevo en el bolsillo. Así, a priori no parece un ritual-manía, sino algo normal lo de llevar un reloj a un examen para poder revisar el tiempo que te queda. Pero lo incomprensible del hecho es: Uno, que en todas las aulas de exámenes hay un reloj más grande que el de la Puerta del Sol, por lo que aunque esté en la última fila y no lleve las gafas vería la hora. Dos, que nunca miro la hora en mi reloj de bolsillo. Por alguna razón me da tranquilidad tener ahí el reloj, como si pudiera controlar el tiempo. 

5.- Nunca miro si han salido las notas hasta al menos 3 semanas después de los exámenes.

En la UNED las notas salen entre 3 y 5 semanas después de haber hecho el examen (un par más si lo hiciste en la primera semana) y sé que hay gente que desde el primer día se mete, de forma obsesiva, en el campus de estudiante para comprobar si ya han salido. Como eso de sufrir por sufrir no es lo mío, me mentalizo para no mirar en la página de las notas hasta al menos 3 semanas después de haber acabado los exámenes. Esto no es ni manía ni ritual, sino un ejercicio de salud mental. 

6.- Nunca releo el examen en la valija virtual antes de saber la nota.

Desde hace un par de años la UNED tiene valija virtual. Antes, los exámenes se metían en un sobre y se mandaban por valija postal a Madrid, donde los corregían. En la actualidad utilizan las nuevas tecnologías, supuestamente para acelerar el proceso -cosa que no se ha hecho de ninguna manera pues tardan lo mismo que antes en dar las notas-, para escanear los exámenes y mandarlos directamente a Madrid. Esto implica, también, la valija virtual, que es colgar tus exámenes en tu campus virtual para que los alumnos podamos ver qué tan bien o mal hicimos el examen. Hay gente que espera con ansia que cuelguen el examen y luego buscan la respuesta en el libro o apuntes y empiezan a calcular si han aprobado o no y la nota que van a sacar. A mí eso me parece una tontería y por eso no lo hago. Mi experiencia en la UNED me dice que hay profesores que al corregir valoran algo más que el hecho de tener las respuestas del examen como la materia que aparece en el libro; Sino que agradecen que esté bien escrito, sin faltas de ortografía ni de coherencia, que esté argumentado y explicado de forma que no parezcas un loro vomitando lo leído sino un ser pensante con opiniones y reflexiones sobre lo abordado. 

Rituales, manías, costumbres o buen juicio. Podéis llamarlo como queráis. La cuestión es que hago eso en todos los exámenes desde hace unos años, y no digo yo que eso es lo que me ayuda a aprobar, que no, que mucho tiene que ver mi experiencia y lo que estudio, pero sí que me ayuda a confiar en mis posibilidades y a no dejarme llevar por los nervios pre y post examen. Espero que no tenga que volver a aplicar estas técnicas, porque eso significaría que he aprobado las dos asignaturas y que me diplomo, pero en el caso de que no sea así, en septiembre seguiré con el ritual, que no por no funcionar una vez pierde su sentido. 

13 junio 2013

Guapa de cara o como segundas partes en ocasiones estropean las primeras

Echando la vista atrás a las últimas entradas del blog parece que lo he convertido en uno de reseñas literarias. No era mi intención, y es probable que sea sólo una fase. La razón por la que prácticamente sólo escribo de lo que leo es porque lo que leo es lo más emocionante que me pasa en mi día a día. Es lo que tiene elegir rutina por encima de aventura. Aunque quizás el objetivo es sacar emoción de la cotidianidad más rutinaria. Quizás esta reflexión dé para un post propio. O quizás no todo lo que pasa por mi cabeza es necesario ni susceptible de ser plasmado en un blog. Pensaré en ello. Mientras tanto, me centro en el último libro leído.

¡Y de Rafael Reig, creador de la famosa Sangre a borbotones llega Guapa de cara! 

Nunca es bueno que en la contraportada de un libro hablen más y mejor de la obra anterior de un autor que de la que tienes en las manos. ¿Acaso es que nadie se la ha leído como para poder escribir al menos un párrafo de bondades?, ¿o significa eso que la obra es un truño y hay que enmascararla con algo positivo del autor aunque sea de la época antidiluviana?

Que el que ha escrito la contraportada no se ha leído la novela es un hecho como un palacio. Y bueno, truño, lo que se dice un verdadero truño, tampoco, pero éste parece que es uno de esos casos en el que un escritor escribe una gran obra que sorprende, divierte y provoca y lo siguiente que escribe es una vuelta de tuerca de lo anterior. 

La reseña que pretende atrapar al lector dice lo siguiente: "La escritora Lola Eguíbar acaba de morir de un tiro y ahora, con las incomodidades que inevitablemente le acarrea ser un fantasma intangible, inaudible e invisible, inicia la investigación de su propio asesinato, acompañada por un insólito escudero, Benito Viruta, el protagonista de sus libros infantiles."

En realidad Lola Eguíbar o Lola Líos no inicia la investigación de su asesinato. En realidad ni tan siquiera el quién y el por qué del asesinato es importante en la novela. Ella muere y se convierte en un espectro con el aspecto físico de un personaje de sus novelas, al que le acompaña un niño asqueroso, un tal Benito Viruta. Pero lo que hace en la novela es reflexionar sobre su vida, sobre lo que quería y no consiguió, lo que consiguió y no quería, lo que ha perdido, lo que los demás (sus padres, su ex-marido) piensan, sienten y sueñan sobre su muerte. Recuerda escenas del pasado. Escenas que en su momento habían sido importantes, pero con el tiempo se habían ido diluyendo. 

Hay dos cosas que me han gustado de la novela. 

La primera creo que es lo que hizo que Sangre a borbotones fuera tan aplaudida y es el cambio de escenario. ¿Qué pasaría si lo que se predecía se hubiera cumplido?. En 1976 el petróleo se acabó en el mundo. Por algún motivo, Madrid se inundó y ahora, en 1999, es una especie de Venecia, donde la gente se desplaza o en barcos o en bicicleta. En 1981 hubo un intento de golpe de estado por parte de militares, pero el que vino al rescate fue EE.UU. así que España se ha convertido en la U.S. Iberian Federation, donde está prohibido hablar en parole y todo el mundo tiene que hablar en inglés. Desde principios de los 80 unos investigadores españoles han descubierto la neuroproteína K666 que paraliza la defunción de las células cerebrales, lo que puede acabar con enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson y alargar la vida del ser humano, pero también puede matar. Ese es el mundo de la novela. 

La segunda son las reflexiones que hace Lola. Sobre momentos importantes, sobre actitudes... Como que hay personas que son como un lápiz que se ha caído al suelo. Tiene la mina rota, pero no lo descubres hasta que no pasa el tiempo y el lápiz llega a esa parte. O esta que me ha hecho asentir como una idiota, porque ¡qué razón tiene!:

"Nos pasamos media vida tropezando con los muebles, pillándonos los dedos en las puertas, dándonos coscorrones contra el pico de las mesas. Sin embargo, llega ese día en que te agachas a coger una cacerola y, al incorporarte, te das en la cabeza con la puerta del armario de los vasos. Si lo primero que piensas es que la culpa es de tu marido, que otra vez se la ha dejado abierta, entonces el matrimonio ya está muerto, el amor se ha evaporado y no hay nada que hacer. 

El día que una ya no dice "¡La puta puerta!" sino "¡Qué cabrón!", todo se ha terminado. 

Ya no es la puta puerta contra lo que has tropezado, sino tu vida entera, tu vida que está mal cerrada, que está donde no debería estar, al acecho, preparada para golpearte en la frente. "¡La puta vida!", eso es lo que una piensa, porque el problema no es ese armario que no tendría que estar abierto, sino la vida que llevas, que no debería estar ahí, atravesada en medio de tu camino."

En la biblioteca no tienen Sangre a Borbotones, pero después de leer Guapa de cara, no estoy segura de si me quiero meter otra vez en el mismo tiesto para encontrar más de lo mismo. 

12 junio 2013

Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea

El viernes por la tarde jarreaba en la ciudad, pero tenía una misión, así que desafié a todos los dioses y elementos y me lancé a la calle. Bueno, a la librería Gil, con un trozo de papel lleno de títulos. Algunos para mí, otros no. Uno de los que no, pero luego sí, y al final será no, es Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea, la primera novela de la británica Annabel Pitcher.

Es uno de esos libros contado desde el punto de vista de un niño, al que le pasan cosas horrendas que no comprende y que a veces ni empatiza. Uno de esos que te sacan alguna sonrisa, pero principalmente, al menos a mí sobre todo en las últimas páginas, lágrimas suficientes como para llenar una presa. Un libro tierno, duro, entrañable, digamos incluso un poco ñoño, con una historia como la de una familia de Londres que pierde a uno de sus miembros en un ataque terrorista, tras el cual es sálvese quien pueda y cada uno que se busque la vida o lo que pueda encontrar de ella. 

Así contado como que parece un poco culebrón, pero yo creo que por eso Pitcher decidió narrarlo desde el punto de vista del hermano pequeño, Jamie, de 10 años, que lo del ataque terrorista le tiene un poco harto y a él lo que le interesa es su gato Ron, y la ausencia de su madre, y que la granadina esté caliente, y la camiseta de Spiderman tan chula que lleva, y la Chica M, que es una superheroína y el concurso de talentos y la mala vida que le dan sus compañeros de clase y un montón de cosas más. Menos su hermana, que vive sobre la repisa de la chimenea, y que, aunque no está, parece que es la persona más importante del mundo. 

Tendemos a recomendar y a pedir que nos recomienden libros, películas, exposiciones, obras de teatro, canciones... Recomendar siempre es difícil, porque conlleva un grado de responsabilidad de que al otro le guste lo recomendado. Al que le gusten las novelas ligeras, emocionales, no muy largas y con un estilo ágil que hace que sea fácil y rápido leerla, le recomiendo que aborde este libro. El resto no digo que no pueda leerla pero no me responsabilizo de si le gusta o no.

Y, de pronto ahora, mientras escribía esta entrada, me he olvidado de que estaba hablando de un libro y me ha salido mi vena de trabajadora social, así que me pregunto dónde narices estaban los servicios sociales para asegurar la protección de los menores en esta historia. Pero como se supone que lo he leído como una forma de evadirme y de entretenerme, me voy a quitar las zapatillas y caminaré de puntillas para no hacer mucho ruido mientras salgo por la puerta haciendo mutis por el foro.

11 junio 2013

La tiranía del whatsapp y la memez de los whatsappeantes

Aviso a los navegantes. Este post no va a contar nada nuevo. Es probable que no me salga ni tan siquiera ameno. Esta entrada la escribo para sacar la mala luna que me embarga con el whatsapp y, sobre todo, con el comportamiento de los y las que lo usan. 

Cada día pienso más de diez veces en borrar el programa de mi móvil, en tirar el teléfono a la basura y rescatar algún antiguo zapatófono del baúl de los recuerdos o en bloquear a la mitad de mis contactos. ¿Que por qué no lo hago? Pues no lo sé, no tengo una explicación a eso, más allá de que soy una incoherente y que se me escapa la fuerza por la boca. 

Hay muchas cosas que me crispan de los whatsappeantes, pero como tampoco quiero cargar las tintas dejo un ejemplo de algunas de ellas:  

1.- La ausencia de horarios

Dónde quedó eso de a partir de las 10 de la noche y antes de las 9 de la mañana no se llama a ninguna casa a no ser que sea una urgencia porque lo demás es molestar. Entiendo que haya gente que tenga insomnio y a las 3 de la madrugada, de un día entre semana, esté deambulando por el mundo más fresca que una lechuga.  También entiendo que haya gente que por trabajo o por placer (bueno, esto último no lo entiendo) se levante, a las 6 de la mañana, con las gallinas, pero ¿es necesario que manden whatsapps con vídeos o fotos chorras o para confirmar la cita de las 8 de la tarde a esas horas intempestivas? 

Absolutamente no. 

Lo más curioso es que cuando me quejo de esto la gente me contesta: "Pues ponlo en silencio o apaga el móvil". No, si al final la culpa será mía. Pues a lo mejor me paso por la puerta de tu casa a las 4 de la madrugada todos los días, a tocar el timbre, y cuando te quejes y te molestes yo te digo:  "Pues corta la electricidad". Ridículo, ¿no? Pues eso. No quiero que nadie me vuelva a mandar ningún puñetero whatsapp más tarde de las 11 de la noche ni más pronto de las 9 de la mañana, a no ser que sea una urgencia o fin de semana y la otra persona sepa, a ciencia cierta, que estoy por ahí de fiesta. He dicho. 

2.- El teléfono escacharrado

No sé si llamáis así a ese juego tan divertido al que, al menos yo, jugaba de niña. Es ese en el que un grupo de personas se ponen en círculo y se van trasmitiendo una frase al oído y la frase que resulta al final es absurdamente opuesta a la dicha al inicio. Bueno, pues mucha tecnología, muchos satélites, ondas y lo que queráis, pero los mensajes de whatsapp acaban siendo como mensajes del teléfono escacharrado. Entre lo "bien" que funcionan las pantallas táctiles de los móviles, que algunas personas no tienen dedos sino salchichas, el maldito corrector que te cambia o directamente se inventa las palabras y que la gente ha decidido que escribir las palabras enteras y correctamente es muy aburrido, es más complicado leer un mensaje de whatsapp que ver una película en codificado en Canal +. Si no os contesto a los mensajes, podéis empezar a pensar que es porque no he entendido la pregunta. Es probable que no os equivoquéis. 

3.- El arte de no decir nada

Hay gente que tiene la extraordinaria capacidad de apabullar al personal con cientos de mensajes, sin decir nada, o al menos nada mínimamente interesante. Fotos del hijo/a, sobrino/a, mascota en todas las posturas y situaciones imaginables, fotos del plato que se van a comer o que ya se comieron, de la cerveza o combinado que se van a beber o que ya se bebieron, fotos de lo bien que se lo están pasando en el concierto de fulano, de marcha con mengano o en la boda de zutano (que digo yo,  que tan bien no se lo estarán pasando si están más preocupados de sacar la foto y mandarla por whatsapp que de disfrutar del momento), vídeos tontos de caídas, chistes o simplemente de mal gusto que ya viste en facebook, en twitter, en el correo electrónico e incluso en otros whatsapps que ya te mandaron, frases de buenos días, buenas tardes, buenas noches, buenas madrugadas, buenas mediastardes, información detallada de lo que hacen en cada segundo del día... que me importa un huevo si te has levantado y te has quitado una legaña o si estás en el supermercado a punto de comprar mahonesa. NO me lo cuentes. NO me interesa. 

4.- La dilatación de la inmediatez

Odio, repito ODIO que me manden un whatsapp preguntándome qué tal estoy y cuando contesto con el típico bien, ¿y tú?, la otra persona tarde horas en contestarme (curiosamente la respuesta suele llegar entre las 11 de la noche y las 9 de la mañana). Si no puedes o no te apetece hablar conmigo, ¿para qué narices me escribes y me preguntas? Escribidme si tenéis algo que comunicarme, si queréis o necesitáis hablar conmigo o si queréis preguntarme algo y conocer la respuesta. Para todo lo demás, no estoy disponible, así que olvidadme e ir a molestar a otro móvil. 

5.- Más vale llamada en mano que mensajes volando

No me voy a meter en el bardal de hablar de que cada vez es más difícil que reciba una llamada al móvil que no sea de una compañía de telefonía (habitualmente no con la que yo tengo contrato), porque ya sé que la gente prefiere mandar un whatsapp a hablar en vivo y en directo, porque son gratis y bla bla bla, pero que digo yo, que si la que llama soy yo, ergo la que se va a gastar el dinero soy yo, por qué no me coges el teléfono y sin embargo no paras de mandarme mensajes a través de este programa infernal. La última fue de una amiga de hace décadas. Llega su cumpleaños y la llamo. No me coge el teléfono. Estará ocupada, me digo. Voy a mandarle un whatsapp para felicitarla no vaya a ser que luego me olvide de llamarla. A los diez segundos de enviar el mensaje recibo uno de ella diciéndome Muchas gracias. Aquí en el blog no hay emoticonos de esos, pero ahora mismo me vendría de perlas una de esas caras de estupefacción. ¿Te pillo ocupada? le pregunto. No, ando aquí tomando un café con una amiga. ¡Ah! Es que te acabo de llamar para felicitarte y no me has cogido. ¡Huy, pues no lo he oído! ¡Yaaaa, clarooooo, la llamada no la has oído, pero el pitido de haber recibido un whatsapp ha sonado como una bocina! Vamos que qué guay que ahora tengamos tantas formas de comunicarnos para hablar cada vez menos y de más tonterías. 

En agosto se me acaba la gratuidad del whatsapp. Creo que va a ser el momento y la excusa perfecta para prescindir de ese "servicio" que tan poco servicio me hace y tan de mala leche me pone. 

09 junio 2013

A propósito de Henry... digo de Abbott

En algún momento hablé sobre esa manía que existe en España de cambiar los títulos originales de las obras por otros que a alguien, muchas veces un alguien descriteriado, le parecen más acertados. Ese es el caso de 
A propósito de Abbott, que en su versión original se titulaba Abbot awaits [Abbott espera] y que tras leer el libro resulta mucho más acertado, porque Abbott es un hombre que espera que todo cambie o al menos que algo cambie. 

La novela está dividida en casi cien situaciones/pensamientos que vive y tiene Abbott. Un profesor universitario de 37 años, durante los tres meses de verano en los que mientras su mujer se encuentra en las últimas semanas de embarazo y sufriendo insomnio, él tiene que encargarse de la casa, del perro y de su otra hija de dos años. 

Siempre me ha extrañado, y por qué no decirlo, frustrado, que siempre que he preguntado a un hombre en qué piensa me ha solido contestar que en nada. Leo a Abbott y sus pensamientos disonantes, tiernos, crueles, indiferentes, absurdos... y pienso que si eso es lo que les pasa a los hombres por la cabeza, jamás volveré a preguntar a ninguno en qué piensa. He decidido que es mejor no saberlo. La mente de Abbott es un batiburrillo de inseguridades, de admiración, de deseos sexuales, de orgullo infantil, de rencor más infantil aún, de amor por sorpresa, de impulsos... que a veces son tan ilógicos e incomprensibles que es casi imposible transmitirlos sin perder la imagen de cordura.  

No me ha encandilado, pero me ha gustado cómo está escrito, un poco al vuelo del pensamiento. No por nada su autor, el estadounidense Chris Bachelder, es profesor de escritura creativa en la Uiversidad de Massachusetts Amherst. En definitiva: no pasará al edén de los libros imprescindibles, pero si su labor era la de hacer pasar el rato con una cierta dignidad, misión conseguida. 

Os dejo una de las situaciones para ver si os apetece hincarle el diente.

Abbott va a la cafetería

Aunque el calzado más antiguo que se ha encontrado tiene nueve mil años, algunos científicos creen que los humanos pudieron empezar antes a fabricar calzado rudimentario, hace treinta o cuarenta mil años. Se sabe que ya existían bombas en el año 1281 de nuestra era, fecha en que los mongoles lanzaron bolas de cerámica llenas de pólvora a los japoneses. (Los fragmentos han llegado a nuestros días.) Dos nombres, separados durante siglos, finalmente unidos. Dos conceptos fusionados. No habléis con desconocidos, le dirá un día Abbot a sus hijos, a modo de advertencia. Ni a personas que vayan calzadas. Se sienta en la cafetería con su hija en el regazo. La niña todavía tiene los ojos hinchados de haber llorado. Él recorre el atestado local con la mirada y no ve ninguna bomba. Como es un hombre moderno, sabe que eso puede significar dos cosas: que no hay bombas en la cafetería, o que hay bombas en la cafetería.

04 junio 2013

Las tiroides de Calcetines

Calcetines tiene hipertiroidismo, por eso está tan delgado, aunque con tanto pelo no lo parezca. Llegó a pesar 3,2 kg, lo que para un gato adulto de su tamaño es como de campo de concentración. Ahora y tras cambiarle el pienso por otro para hipertiroidistas, está en 3,4. Sigue delgado pero ya no estudio la osamenta cuando lo acaricio. 

Calcetines tiene problemas de riñón. En los análisis que le hago cada medio año, los rangos de la urea están disparados, aunque con un pienso específico para felinos con problemas renales está más controlado. 

Calcetines tiene problemas de dentadura. Tenía un aliento horroroso, como de calle de Casco Viejo en Pamplona en plenos Sanfermines. Le durmieron, le limpiaron los dientes y le quitaron un colmillo. Ahora ya no te tumba al suelo cuando te lame o cuando bosteza, pero probablemente tras ese colmillo irán un par de dientes más. 

Calcetines tiene problemas de estrés. En ocasiones vomita (aunque hace tiempo que no lo hace) y últimamente se lame y se lame las patas hasta quitarse el pelo y dejarse la piel casi en carne viva. 

En realidad lo que Calcetines tiene son años. El mes que viene cumplirá 12. O eso creo, porque hace once años y medio Calcetines apareció en la puerta de mi casa, desnutrido y sin pelo. Lo llevé al veterinario, lo vacuné, le di de comer y me lo quedé. Hasta hoy. Cuando me encontró tenía 6 meses, a punto de entrar en celo, así que ante la duda de en qué fecha nació le he puesto su cumpleaños el 19 de julio. 

A pesar de los años, Calcetines está muy ágil y sigue brincando como un rebeco. Aunque ahora duerme mucho, muchísimo. Eso sí, sigue un horario personal muy particular. Probablemente duerma unas 20 horas al día (aunque bien podría estar meditando con los ojos cerrados, quién sabe), y parte de las que no (y reclama que yo tampoco) son de las 5 a las 8 de la mañana. Como un bebé, que molesta pero al que se le aguanta porque se le quiere.

Calcetines es un sol. Conmigo, con las visitas e incluso con Ojos Amarillos, aunque le pinche para sacarle sangre cada vez que le visita. 

Calcetines es parte de mi vida y cuando se vaya seguirá conmigo. Aunque sea sólo a través de los pelos que dejó en toda mi ropa. 

03 junio 2013

Lacanofobia o el ataque de los tomates asesinos

No sé si lo he dicho alguna vez, pero trabajo en un centro de estudios. En invierno nos dedicamos a enseñar idiomas y a ayudar a los chavales a que aprueben las asignaturas. En verano hacemos campamentos urbanos en inglés para que los niños de infantil y primaria se diviertan, se relacionen con otros niños, aprendan algo de inglés y, por qué no decirlo, para que los padres puedan irse tranquilos a trabajar sin comerse la cabeza de qué hacer con sus hijos.

Este verano uno de los campamentos se llama Fresh Food y se trata de que los niños conozcan más y mejor las frutas y verduras y se acostumbren a cocinarlas y a comerlas. Todo muy sano y ecológico. O eso pensaba yo.

Hoy ha venido un padre a apuntar a sus hijas, precisamente a esta semana, cuando de pronto nos suelta: "Quisiera deciros, para que tengáis cuidado, que a mi hija la pequeña le dan miedo las frutas y las verduras". ¿Cómo que miedo? Será que no le gustan y se niega a comerlas. "No, no, no puede comerlas, ni tocarlas ni casi verlas porque se pone a llorar y a gritar". 

Dos preguntas me vinieron entonces a la mente. La primera es ¿cómo demonios alimentas a esa niña de forma sana? La segunda es si sabes que tiene miedo a las frutas y verduras, ¿por qué la inscribes en un campamento donde justo eso es lo primordial? ¿Qué espera ese señor que hagamos con su hija? 

Como una es bastante prejuiciosa, pero también bastante juiciosa como para echar por tierra sus prejuicios, me puse a buscar en internet sobre este miedo. Cuál es mi sorpresa que encontré que, efectivamente, es una fobia reconocida que se llama lacanofobia. Las personas que la tienen no pueden casi ni ver las frutas y verduras, pues les entran ataques de pánico, sudores fríos, nauseas, taquicardias, ataques de llanto... Obviamente estas personas tienen una salud de mierda, pues por mucho complemento vitamínico que ingieras si no tomas vitaminas directamente de la comida mal lo llevas. 

Yo no sé si aquí, en España, esto está reconocido ni cuál es su incidencia, pero en el Reino Unido parece que hay unos cuantos miles de personas que sufren de este pánico (lo cual es curioso porque más allá de las zanahorias, el brócoli y los guisantes, la dieta británica no lleva mucha fruta ni verdura). El caso más conocido, más que nada porque salió una noticia en The Telegraph y porque la protagonista escribe en un blog sobre su "condición", es el de Vicki Larrieux, una chica de ahora 26 años que cuenta cómo ir a comprar al supermercado o a comer a un restaurante es todo un suplicio. 

No me quiero extender más sobre este tema, pues solamente me había llamado la atención el tema y quería compartirlo; Pero al que le interese saber más le recomiendo que lea el artículo The Fear Factor: Lachanophobia The Fear of Vegetables!, que como habéis intuido está en inglés.