29 marzo 2012

Ormie

Tras más de doce horas de tensión por miedo a que los piquetes entraran en el trabajo, llego a casa agotada, sin apenas fuerzas para hacer la colada, encargarme de Calcetines -tanto en lo fisiológico como en lo sentimental- y ponerme un colacao para cenar. Quisiera escribir un poco, pero mi cuerpo y mi mente me dicen que nanay de la China, así que me permitiréis que termine alegremente este día de crispación general. Así que me voy a la cama, pero no sin antes reírme un poco con la perseverancia e imaginación de Ormie el Cerdo.

Espero que lo disfrutéis.

28 marzo 2012

Calcetines - El Reencuentro

Hace casi seis años, cuando comencé este blog, hablé de Calcetines. Bueno, siendo fiel a la realidad, sólo lo mencioné, pues en esa época no estaba yo tan comunicativa como ahora. Eran los días antes de irme a Chile y como no me lo podía llevar le pedí a mi yaya que me lo cuidara. A mi yaya no le gustaban mucho los gatos, pero como Calcetines no tiene uñas (sí, se las quité cuando era pequeño y no, no sufre, no se cae cuando salta y sigue haciendo como si se las afilara en el sofá, así que no me fustiguéis demasiado fuerte por practicar la tortura gatuna) pues finalmente me dijo que sí. 

Dos años después volví a España y fui a visitar a mi yaya. Amablemente, pero con firmeza, me dijo que ni se me pasara por la cabeza llevarme a Calcetines, porque le hacía mucha compañía y siempre estaba dándole cariños. Como yo andaba en esa época a salto de mata, decidí que con ella estaba bien y le dije que claro que se podía quedar con ella. Después me fui a Ecuador, volví de nuevo y ya le di por "perdido". Cuando iba a casa de mi yaya, me olía pero no me dejaba casi tocarle. Me rehuía. 

En diciembre pasado, justo antes de navidades, mi yaya murió. Fue rápido y doloroso, para ella y para los que la queríamos, y aquí incluyo a Calcetines. Tras su muerte, el gato andaba por la casa como alma en pena, sin ganas de comer y vomitando a todas horas, así que en cuanto pude fui a buscarlo a Pucela. 

Como el viaje en coche son tres horas y media hasta Pamplona compré una pastilla para que se durmiera. Calcetines tiene un sexto sentido para ciertas cosas que hasta da miedo. Una de esas cosas es saber cuando le van a sacar de casa. En los cinco años que vivió con mi yaya sólo salió un par de veces al veterinario, así que para él, cambiarse de casa e irse con una "desconocida"  a sus más de diez años (unos 55 humanos) fue algo traumático. Se comió la pastilla y empezó a dar bandazos por el pasillo, como si estuviera borracho, pero a pesar de no pesar ni 4 kg., y de tragarse una pastilla entera, se negaba a dormirse. Finalmente vomitó la pildorita de marras y me lo tuve que llevar despierto. 

Se pasó todo el viaje maullando, no del tipo de grito pelado, sino más bien un lamento quejumbroso que partía el corazón, y más porque durante sus primeros años de vida llegué a pensar que era mudo, pues nunca maullaba. Estuvo dos días dando vueltas por la casa nueva, sin querer comer, ni tocarme, ni tan siquiera mirarme. Pero al final se rindió ante mi encanto.

Ahora es como si hubiera retrocedido seis años en el tiempo y Calcetines es el mismo gato-perro que siempre. Tranquilo, energético, super-mega-extra cariñoso, curioso, ¡qué digo curioso, directamente cotilla! y bastante asustadizo con la gente nueva para él. A la semana de estar en casa decidí que era hora de hacerle un chequeo médico y de poner al día las vacunas, así que busqué una clínica veterinaria y le llevé. Fue ahí donde conocimos a Ojos Amarillos y donde comenzó mi ruina, pero esto lo dejo para otro día.

27 marzo 2012

El ataque de la leche asesina

Hola, me llamo Lamb y tengo intolerancia a la lactosa. Intento no pensar demasiado en ello, intento racionalizarlo, asimilarlo, hacerlo parte de mi misma. A veces lo consigo, y otras muchas no. Nací con alergia a la proteína de la leche de vaca. Esto en sí no hubiera sido un problema si no fuera porque no pude recibir lactancia. Pasé un año horrendo (o eso dicen, pues a esa edad quién se acuerda), de entradas y salidas del hospital, de días y noches sin dormir y conmigo, mi pobre madre.

Cuando cumplí un año descubrieron lo que me pasaba y me empezaron a dar una leche adaptada que venía de ultramar. Poco a poco me empezaron a meter, de nuevo, la leche de vaca y acabé tolerándola. A los 20 años dejé de comer, pues los efectos de "algo que me hacía mal" eran tan brutales que me dejaban noqueada desde el segundo uno de digestión. Fui a varios médicos y ninguno me dijo "¡Ah!, ¿has tenido problemas con la leche? Pues espera que va a ser que sigues sin poder tolerarla". No, el problema era que me malalimentaba, que comía demasiado, que eran los nervios... 

Por aquel entonces empecé a oír hablar sobre la intolerancia a la lactosa y me dije "¡a ver si va a ser eso!". Así que dejé de tomar leche (la cual, desgraciadamente me encanta) y el resultado fue inmediato. Todos los dolores estomacales, los vómitos, los retortijones, los granitos, se mitigaron. Volví a ir al médico y le planteé la cuestión, por eso de ser más rigurosa, pues mi observación empírica ya me había dado luz en el asunto, y el galeno, que debía de tener el día cruzado o le habían obligado a recortar gastos, no quiso hacerme las pruebas. 

Volví a tomar leche y volví a sentirme morir, así que haciendo un esfuerzo mental extraordinario determiné que 2+2=4. Ahora, el día que tengo bueno me digo que no es tan grave el asunto. Que hay muchas culturas que viven perfectamente sin la leche. El día que tengo malo, me siento bastante miserable y me pregunto que por qué he ido a nacer en un país donde todo parece estar hecho con leche (aquí, haciendo un poco de autocrítica, me contestaría que si hubiera nacido en un país que no usa la leche no hubiera descubierto nunca mi problema). 

No es sólo la leche. Es también la mantequilla, el queso, los yogures, la nata, los helados (vamos, lo que vienen llamándose sus derivados). Ir a comer a un restaurante es una tortura porque es increíble a lo que le echan alguno de esos productos: a las salsas, a los guisos, a las albóndigas, a las tortillas de patata... y a toooooodos los postres. Y ya ni hablar de los restaurantes italianos. Si vas a comer a casa de un amigo la tortura es para el anfitrión, que se rompe la cabeza pensando en qué hacer y cómo, para no usar productos lácteos. 

Pero la cosa no acaba aquí. Voy al supermercado y, por todas partes, veo el cartel de ¡Cuidado, mina terrestre! El jamón york, el chorizo, el salchichón y básicamente todos los embutidos (a no ser que sean ibéricos), las salchichas, las galletas, cereales, el pan de molde, los chocolates, la mayoría de las salsas, muchas de las conservas, de la comida precongelada, de la preparada... La cesta de la compra se hace cada vez más pequeña. 

Y si esto os parece limitante, qué me diríais si os contara que a muchos medicamentos le echan lactosa para poder hacerlos pastillitas blancas que nos resulten fáciles de tragar. Como, por ejemplo, al ibuprofeno. Me quita el dolor de cabeza y me produce dolor de estómago. Vamos, lo que hace cierta la frase "peor el remedio que la enfermedad". 

Tengo una amiga que es celíaca que dice que su vida se ha visto limitada por su problema con el gluten, pero en el supermercado hay una estantería entera sólo con productos para celíacos, muchas marcas comienzan a poner en sus productos la etiqueta de "gluten free" y tiene un listado de restaurantes a los que sabe que puede acudir sin echarse a temblar. Un día me invitó a comer a su casa y se sorprendió de la cantidad de cosas que no puedo comer y de la poca consideración que los fabricantes de productos tienen hacia las personas que no pueden tomar lácteos. 

¿Y no puedes tomar leche de soja? me pregunta la gente. Pues sí, pero no me gusta. Sabe demasiado fuerte y no puedo tomarla con nada, y lo mismo me pasa con la leche de almendra, con la de arroz, con la de oveja. Tomo yogures de soja, sí, pero aunque no están mal de sabor, la limitada variedad hace que cada vez tome menos. 

Siempre hay una excepción, y porque me ha permitido llevar una vida gastronómica más amplia y satisfactoria tengo que mencionarla. Se trata de Kaiku, una empresa vasco-navarra que sacó hace un par de años la línea morada, de productos sin lactosa (leche, yogures, queso, nata...). Es difícil encontrarlos y son caros, pero a mi me han mejorado la vida. Eso sí, si tienes alergia a la proteína de la leche de vaca, olvídate.

¿Alguien me invita a comer a su casa? 

26 marzo 2012

Una ventaja de ser mi propia jefa

Cuando era pequeña era una niña bastante dócil. No es que me gustara que me mandaran, pero lo llevaba con cierta ligereza y estoicismo. Al llegar a la adolescencia la cosa se hizo más pesada, pues las hormonas se empeñaron en que todo me pareciera negativo, me volviera beligerante y con la sensación de ser el último mono siempre en los bolsillos, y la verdad es que lo consiguieron, pero esa es otra historia. 

En mis primeros años de juventud (siendo optimista y dando por sentado que con 34 años aún no he entrado en la madurez) la negatividad desapareció, pero no así la beligerancia, así que eso de acatar órdenes como que no lo llevaba yo muy bien. Obviamente, como a cualquier otro trabajador por cuenta ajena (ahora que me fijo, ¡qué desapegada me parece esa expresión!) no me quedó otra que obedecer mandatos y soportar rapapolvos de jefes varios. Con algunos tuve voz aunque no voto y con otros ni lo uno ni lo otro y me tuve que morder la lengua hasta hacérmela polvo.  

Finalmente, y desde hace casi un año, he acabado siendo mi propia jefa. A partir de ese momento muchos de mis amigos y conocidos asalariados se dedicaron a proclamar la suerte que tenía y la envidia que les daba por no tener que aguantar a nadie que les tocara las narices día sí y día también. 

La verdad es que no todo el monte es orégano, ni tan bonito como lo pintan. Es cierto que no tengo a nadie que me diga lo que tengo que hacer, ni cuándo, ni cómo, pero me como muchos más marrones que antes. A los míos tengo que sumar los de toda la gente que trabaja conmigo. Puedo tomarme un día libre (siempre que esté pegada al móvil y revise el email cada poco tiempo), pero, por ahora, no me puedo tomar vacaciones (sin hablar del día de la huelga general que me va a tocar trabajarlo de sol a sol). He tenido que empezar a llevar una agenda (yo que siempre me he congratulado de tener memoria de elefante), porque el volumen y variedad de problemas y cuestiones, de las que tengo que estar totalmente al tanto, me superan. Tengo la suerte de no tener horario de entrada al trabajo, pero eso significa que tampoco lo tengo de salida (vamos que desconectar por las noches y los fines de semana es una tarea titánica, casi utópica)... 

Pero voy a centrarme y dejar de parecer una plañidera, pues el post de hoy se supone que va sobre una de las ventajas de ser jefe propio. Una de las que hoy he hecho uso, e incluso abuso. 

Como el fin de semana fue agotador, y andaba falta de sueño, he desconectado el despertador y me he levantado a las 9:30 hrs. He encendido el portátil, he revisado y contestado correos del trabajo, he cuadrado cifras, he hecho un par de llamadas y he decidido que durante tres horas, la mañana sería mía. ¿Cuál es la comida más importante del día? El desayuno, sí, señor. Zumo de naranja, batido de fresas, yogur de piña y un kiwi para que la vitamina C me ayude a reducir el estrés de la vida moderna. Todo ello mientras doy cuenta de algunas páginas de El sueño del Celta que lo tengo un poco abandonado, y a ver si Cabrilla va a pensar que no me apetece leérmelo. Luego a hacer la casa, pero con calma. Hacer la cama, poner una lavadora, hacer la comida, recoger un poco el desastre del fin de semana y a estrenar uno de mis regalos de cumpleaños. Una hermosa bola de baño de lavanda. 

Así que he hecho oídos sordos a mi conciencia ecológica y me he dicho "¡qué demonios, un día es un día!". He puesto el tapón de la bañera, he abierto el agua caliente, he apagado el móvil y cinco minutos después, he encendido una vela aromática y me he metido en una piscina de paz, tranquilidad, pensamientos positivos, divagaciones... Hasta que la realidad me ha despertado (bueno, y el agua que se estaba quedando helada) y he tenido que salir. A partir de ahí todo mal. Había pasado más tiempo del que creía a remojo, a las 15:30 hrs. tenía que estar en el trabajo y como me he propuesto ir andando todos los días tenía que salir con media hora de antelación. Tenía tres llamadas perdidas de mi madre, y como ella no es de llamar mucho pues he pensado que había pasado algo. No, sólo tenía ganas de hablar. Mucho. Así que con el teléfono en la oreja he comido poco y rápido. No me ha dado tiempo a hacer un análisis sesudo de lo que me iba a poner, por lo que he cogido lo primero que he encontrado y he salido corriendo de casa...

Y aquí se ha acabado la ventaja de ser mi propia jefa. 

25 marzo 2012

El pastor galáctico

¿Alguien conoce San Agustín del Pozo?, ¿no? No os preocupéis, es completamente normal. Es un pueblo pequeño donde como no pasa nada no sale en la televisión. Y todos sabemos que lo que no sale en la tele no se conoce. ¿Entonces, por qué sacar a relucir esta diminuta localidad, Lamb? Pues porque este pueblecito de Zamora, de apenas 200 habitantes, situado en plena Tierra de Campos, tiene dos cosas interesantes. La primera es que es el pueblo en el que nació mi padre. La segunda es que hay un pastor de ovejas que es consultor de la NASA y de la Agencia Espacial Europea. Vale, sí, ya, ya, lo de mi padre sólo es interesante para mí (que no es poco), pero no me negaréis que lo segundo es muy, pero que muy curioso. Así que dejadme que os presente al Pastor Galáctico, como él mismo se hace llamar.

Su nombre es Joaquín Tapioles y tiene 52 años. En su página web, cuenta que descubrió su pasión por las estrellas cuando era niño. Iba una madrugada con su padre a recoger las ovejas, que habían dejado pastando en el campo, cuando observó una lluvia de estrellas fugaces y se quedó tan prendado que desde entonces no ha dejado de mirar para arriba. 


Antes de continuar narrando cómo llegó este hombre a colaborar con la NASA, quisiera comentar un par de cuestiones. La primera es que ser pastor es un empleo. Esto que parece una perogrullada no lo es tanto y voy a explicar por qué. Los pastores de ovejas no son los dueños de las ovejas. En Tierra de Campos la gente paga a un hombre (porque lo de las pastorcillas sólo es habitual en los cuentos de Andersen o Perrault) para que les cuide las ovejas, las saque al campo a pastar, las ordeñe e incluso las esquile. Cuantas más ovejas pastoree, más dinero gana el pastor, por eso se suelen ver rebaños de cientos, e incluso más de mil, de estos seres lanudos. Este empleo se transmite (o transmitía porque no sé cuántos quedarán ahora en activo, pero no creo que muchos) de padres a hijos. Es un trabajo solitario (aunque supongo que con las nuevas tecnologías cada vez menos) donde se está expuesto a las rigurosidades de la climatología y donde no te haces rico. La segunda de las cuestiones es que la comarca de Tierra de Campos es una llanura que tiene muy pocos pueblos, pequeños y muy separados geográficamente, lo que hace que no haya contaminación lumínica y que el cielo sea un perfectamente visible mapa estelar. 

Con estas dos premisas en la cabeza, retomo el hilo de la historia. El caso es que ese niño que se quedó anonadado con las estrellas, comenzó a mirar hacia el cielo. Primero a ojo descubierto, luego con binoculares, prismáticos y catalejos hasta que consiguió su primer telescopio. Por el día, mientras las ovejas pastaban, se dedicaba a leer revistas y libros sobre astronomía, para saber dónde y qué mirar. Tras ese primer telescopio llegó otro más potente, y otro y otro hasta que harto de montar y desmontar el chiringuito llegó a la conclusión de que necesitaba algo más, que le permitiera ver las estrellas más nítidamente y con más comodidad. Así que, ni corto ni perezoso, decidió poner un observatorio en su casa. Como no tenía dinero para mandar hacer uno, se puso manos a la obra (literalmente) para construírselo él mismo. ¿Cómo se construye un observatorio astronómico? Yo no tengo ni idea, y parece que Joaquín Tapioles tampoco, porque decidió meterse en internet, para buscar algunos modelos e instrucciones. Con eso y fijándose en otros observatorios construyó el suyo, donde puso un telescopio de largo alcance y mayor precisión, un ordenador y una cámara digital. 

¿Y cómo, finalmente, llegó este pastor galáctico a colaborar con la NASA? Pues resulta que como el cielo es infinito, por más que la NASA tenga más recursos humanos y, sobre todo, económicos que algunas naciones, no puede alcanzar a ver todos los fenómenos que se producen en el universo, así que echa mano de los astrónomos aficionados, que con sus propios medios se dedican a observar el cosmos y a documentar todo aquello que se salga de lo ordinario. El proceso de contacto no lo cuenta, pero no creo que escribiera un email en plan "Hey, Mr. NASA, que he construido un observatorio en mi casa, y como veo que se te escapan algunas cosillas estelares, pues si quieres te echo una mano", sino que supongo que la NASA ya tiene un departamento de "captación de aficionados consultores", o algo así, que se pondría en contacto con él. 

En fin. La cuestión es que cuando me encuentro con este tipo de historias, donde alguien consigue realizar sus sueños a base de pundonor, siento una envidia sana porque me gustaría tener ese tipo de pasión por algo. Aunque luego pienso, "con todas las cosas interesantes que hay para hacer y ver en esta vida, ¿cómo te vas a centrar sólo en una?". Así que, por ahora, seguiré diversificando mi atención. 

Y ya sabéis, niños, hoy hemos aprendido que "querer es poder". 

21 marzo 2012

Analfabetismo gráfico

Hoy estoy que trino, que no doy crédito, estupefacta, anonadada, cabreada y en plan radical. Que sí, que ya lo sé, que la lengua es dinámica, que evoluciona con la sociedad, que tampoco hay que ponerse así por una faltilla de nada. Pues sí, me pongo, me pongo. Porque estoy harta de que me sangren los ojos, porque hay veces que para entender un texto tengo que leerlo y releerlo, porque de tanto ver palabras mal escritas comienzo, incluso, a dudar sobre su correcta grafía. 

Cuando vivía en Chile me moría de la risa y de la confusión, porque, de pronto, te encontrabas con carteles en los que se anunciaba el pez de turno "pezcado en el oseano pasífico". Llegas con tu prepotencia europea y piensas, quizás no han tenido la educación que tuve yo y por eso ponen esas faltas de ortografía. Nada más lejos de la realidad. Cuando me fui a vivir a Ecuador ya empecé a mosquearme, porque trabajando en Naciones Unidas me encontraba con cosas similares, pero escritas por licenciados de prestigiosísimas universidades con tropecientos mil másteres y cum laudes y yo que sé que más mandangas. La gente me decía: pues no sé por qué le pones tanto color al asunto, si cuando lo lees da igual. Pues dará igual para ti y para la gente que sesea, pero no para mí, que cuando hablo distingo la ces de las eses y como tú trabajas para Naciones Unidas que es a nivel global tendrás que escribir correctamente. Y punto. 

Hace casi quince años el archipremiado y laureado Gabriel García Márquez soltó esta perla en el discurso inaugural del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española en Zacatecas, México:

"(...) Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?" 

Que no, hombre, que no. Consejos vendo para mí no tengo. Que me va a perdonar señor García Márquez, pero que usted no se ha hecho famoso ni ha ganado el Premio Nobel de Literatura por escribir como le sale del tolondrín. Que usted ya sabe que escribir bien es más que contar bellas historias con metáforas evocadoras. Es elegir las palabras exactas y unirlas armónicamente. Que un libro maravilloso plagado de faltas de ortografía no se lo lee nadie. Es como ver una película con un elenco excelente, un guión brillante y una fotografía deslumbradora, pero con un cámara que se pone a hacer el saltimbanqui y te mueve el plano cada dos por tres. Que marea, confunde, cansa y finalmente enoja y le dices que te den a la película, al director y, sobre todo, al cámara de las narices. 

Y todo esto viene a dos sucesos que han acaecido hoy. El primero es el hecho de que una licenciada de educación primaria, educadora de las jóvenes generaciones que comienzan a familiarizarse con el lenguaje escrito y leído, me haya dejado una nota, escrita a mano, donde pone "estube" y "tube" en el mismo párrafo. Que si me encuentro sólo una y escrita a ordenador puedo pensar que, es un fastidio, lo sé, pero en el teclado qwerty, que usamos todos, la b y la v están dadas de la mano, y un error de pulsación lo puede tener cualquiera. Pero escritas a mano, y una detrás de otra, me dice que la chica no sabe cómo se escriben y me hace preguntarme cómo demonios sacó la carrera, en qué estaban pensando sus profesores y, sobre todo, qué clase de educación lingüística y de qué calidad va a dar a sus alumnos. 

El segundo suceso viene de la mano de un chico de 4º de la ESO (para los de mi generación estoy hablando de un 2º de BUP) al que le doy clase de lengua. El chico viene obsesionado con el análisis sintáctico, las oraciones subordinadas sustantivas de complemento del nombre, los atributos, complementos circunstanciales y demás teoría que, seamos sinceros, no sirve para nada en la vida a no ser que te vayas a convertir en profesora de lengua de secundaria. Porque digo yo, la lengua sirve para expresarse, para comunicarse, para el que te escuche y te lea entienda no sólo el continente sino también el contenido de lo transmitido. Este chico obsesionado por la sintaxis escribió "hayer" en una frase. Este chico obsesionado por la sintaxis (obsesión transmitida por su profesora porque a él la sintaxis se la refanfinfla) escribió dos párrafos de diez líneas, para comentar un libro, en el que sólo había puesto dos puntos (uno al final de cada párrafo) y donde no había ni una sola coma ni concordancia entre sujeto y predicado. No importa, no nos mira la redacción, me dice. Apaga y vámonos.  

20 marzo 2012

Síndrome de Diógenes

Hace unos días, sin premeditación ni alevosía, me puse a revisar unos emails intercambiados con un antiguo amor. Ese día andaba yo con la alegría de mi parte y la autoestima subida, lo que es condición mínima para realizar tamaña osadía. Revisando las carpetas de mi correo electrónico me di cuenta de que estoy al borde de sufrir de Síndrome de Diógenes digital.

Antes de seguir, quisiera dedicarle unas líneas a la irónica persona que le puso el nombre de "Síndrome de Diógenes" a aquella enfermedad que consiste en acumular objetos sin orden ni concierto, y mucho menos mesura. Dado que el señor Diógenes pasó a la historia por vivir en un barril y no tener más de un par de cosas en propiedad, me imagino la cara del nombrador, con la ceja levantada y una sonrisilla pícara, diciendo que  la acumulación desaforada de objetos y basura le recordaba a aquel paupérrimo filósofo griego. 

Bueno, a lo que iba. Que este servicio, que proveen muchos servidores de correos electrónicos, de darte megas y megas de capacidad, para que puedas guardar toda la mensajería que te llega, y que mandas, sin preocuparte del espacio, está muy bien, pero es innecesario para la mayoría de los usuarios. Tengo que reconocer que correos importantes que debo guardar, pocos, pero qué puedo decir. Sabiendo que en mi buzón caben todos mis emails y los de todos mis vecinos y diciéndome que quién sabe cuándo puedo necesitar esto, pues almaceno y almaceno. Eso sí, todo muy ordenado, por carpetillas. 

Una de esas carpetas era la de Profundo. A Profundo lo conocí cuando yo tenía veintidós años y la autoestima por los suelos. Él tenía treinta y dos y, ahora me doy cuenta que también tenía la autoestima en recesión, aunque en aquel entonces a mí me parecía que era el paradigma de la confianza en sí mismo. Yo aún estaba en la universidad, él trabajaba desde hacía años. Yo estaba soltera y más sola que la una, él estaba divorciándose y más solo que la una. Yo vivía en Cabo Mayor, él vivía en Cabo de Gata. Vamos, que no fue amor por colisión. 

La cosa no duró mucho, apenas unos meses, pero yo, en mi atolondrada juventud, me lo tomé como si fuera mi gran y único amor, con mucha pasión, con mucho dolor. Ahora, que estoy, más o menos, en la edad que él tenía en aquel entonces, entiendo mejor sus miradas y comentarios paternalistas, condescendientes y con un puntito de envidia, de aquél que sabe que todo ese frenesí juvenil acabará pasando. 

Me daba un poco de miedo revisar esos emails, pues no sabía lo que iba a encontrar en aquellos desgarrados mensajes en los que intentaba impresionarle. Algo vergonzoso y un pelín humillante, cuando menos, esperaba yo. La cosa no fue tan mal. Un poco de desesperación por sentirme querida y admirada. Una pizca de humor sardónico sobre la vida y mi propia persona. Una cucharada de cultura sin tamizar. Y un puñado enorme de pasión. No sentí vergüenza, acaso ternura, por aquella joven que pensaba que podía mover montañas, hasta que se tropezó con Profundo y descubrió que hay montañas que no desean ser movidas. 

15 marzo 2012

Treinta y cuatrooo añoooos tiene mi amooor

Este resumen no está disponible. Haz clic en este enlace para ver la entrada.

13 marzo 2012

Intocable

Las otras dos personas que hacen que mi estancia en el Reyno de Navarra sea placentero son Carpintero y Rubia. Para rematar un gran sábado me propusieron, vino, pintxo y película. Me encanta ver películas que me recomiendan, sin saber, ni tan siquiera, de qué van. Sin expectaciones, sin prejuicios, con la mente abierta a lo que venga.

Eso me pasó con Intocable, una película francesa que parece que es el último boom en Francia y ahora en España. "Una mezcla entre El Discurso del Rey y Paseando a Miss Daisy" dice el cartel y no sé a quién se le ha ocurrido esa estúpida costumbre de compararlo todo.

                                   

No quiero contar la película, porque odio que me las cuenten y porque seguro que la gente está más informada que yo de la actualidad y ya ha oído y requeteoído de todo sobre ella, y de hecho el trailer que pongo es, de los que he encontrado, el que menos disecciona la cinta (algún día hablaré sobre el difícil arte de hacer los avances cinematográficos, sin contarlo todo pero interesando al personal para que vaya a verla), pero sí quiero recomendarla, porque es divertida, es sensible pero sin llegar a ser ñoña, los actores lo hacen muy bien, la fotografía es buena, la banda sonora también (enorme Ludovico Einaudi) y porque las casi 2 horas de película se me pasaron en un visto y no visto y me quedaron las ganas de ver más.

El único pero a todo, y sin querer pecar de snob, es que la vi doblada. Que sí, que los dobladores de España son la caña de ídem, pero qué puedo decir; hace demasiado tiempo que veo pelis en versión original.



12 marzo 2012

Salida a la montaña navarra II

Pues eso, que ya era hora de comer y Cabrilla me llevó a un lugar de barbacoa muy resguardado y bonito. Problema. Al llegar nos encontramos con un grupito de adolescentes desbocados que cual animales salvajes se pusieron a marcar territorio. Literalmente. Meando delante de nosotros. Para que luego digan que no les enseñan nada en el instituto. Así que carretera y manta, a buscar otro "restaurante al aire libre".

Afortunadamente, hay uno en la entrada de la Foz de Lumbier y allá que sacamos los sarmientos, carbones, maderos, parrilla, chistorrica, choricillos, costillicas, ensalada, panecillo... A nuestro lado había un par de parejas de mediana edad preparando su fuego. Uno, que métele más madera que esto se apaga. Otro, que quita, que tú no sabes y así va de miedo. Una, que cuando comemos y sí ya están hechas las costillas. Otra, ¿hechas dices? que si te descuidas sale el cerdo andando...

Se me olvidó llevar periódicos. No importa, me dice Cabrilla, con papel de cocina nos apañamos. No, hombre no, tomad, nos dice una de las vecinas, que nosotros tenemos de sobra. Y Cabrilla, pese al viento huracanado, pese a las adversidades, acabó haciendo una hoguera que ni la llama olímpica. Y me dice: ¿puedes ir poniendo la carne en la parrilla? Y yo, claro, ahora mismo. Toma, ahí está. Le paso la parrilla y toda la carne se cae el suelo. ¿Qué haces?, ¿no has cerrado la parrilla?, ¿cerrado? no, yo te la pasaba para que acabaras de acomodar tú los chorizos. Y ahí nos ves, frotando las costillas y los chorizos con agua y papel de cocina. Los vecinos con la hoguera consumida y la carne cruda. El "sabio" de las barbacoas comienza a remover nuestro fuego y yo pensando: oye tú, deja ya de huevear que nos apagas el chiringuito. ¿Has traído platos? Pues no. Non ti preocupare, que los vecinos han traído de más y amablemente nos prestan uno. Y por el rabillo del ojo veo al vecino, primero robándonos las brasas y finalmente cambiando su parrilla a nuestro fuego. En fin... Pese a que casi me rompo un diente con una de las piedras que se quedaron en la costilla y a que el viento casi me arranca la cabellera, la comida fue perfecta.

Después, caminata para bajar esa acumulación de colesterol, a ver la Foz de Lumbier en todo su explendor. Al llegar al final, Cabrilla sugiere que vayamos a ver el Puente del Diablo, también llamado de Jesús, y yo pienso, ¿y dónde está eso, si ya no hay más camino? Ayyy, alma de cántaro. Pues por dónde se va a ir, por detrás del cartel que pone ¡Cuidado, zona muy peligrosa!

Aquí toda mi dignidad se quedó esperando sentada a que yo volviera. Para llegar al puente (que fue destruido en la Guerra de la Independencia, así que ni puente ni nada) había que pasar por una roca muy resbaladiza. Cabrilla, en su sabiduría infinita me sugiere que vaya por un lado, que según él "parece peligroso pero de verdad que es lo mejor" y yo miro un pequeño camino de apenas 20 cm. justo al borde del precipicio y ya digo ¡a tomar por saco, de perdidos al río, que es donde me voy a caer que yo soy muuuuy pato! El viento que ya superaba la velocidad de la luz, mi anorak que actuaba como capa (y ya sabéis lo que decía Edna de Los Increíbles "por la capa muere el superhéroe)) y la cámara de fotos que andaba dando, a estas alturas, un poco por riau. Cabrilla me tiende galantemente la mano y yo acabo casi a gatas, agarrada a su mano y a un saliente como si me fuera la vida en ello (que me iba, que me iba) mientras veo como el resto del mundo salta con una agilidad felina por las rocas resbaladizas.

Al final como que ver el puente desde arriba no tiene mucha gracia (más que nada porque sólo ves un trozo de piedra), pero salimos sanos y salvos (bueno, mi orgullo salió un poco magullado, pero nada que un buen lametón no pueda curar) y más contentos que unas pascuas. ¡Qué paisajes, qué naturaleza salvaje, qué bonito todo!

11 marzo 2012

Salida a la montaña navarra I

Anda, que si antes hablo... Me encanta que me demuestren que estoy equivocada, sobre todo cuando se trata de pensamientos negativos. Después de contar que no tenía feeling con Pamplona y que me sentía fuera de lugar, aparecen tres amigos que me demuestran que es posible que modifique esa actitud.

El primero fue Cabrilla, que me propuso llevarme a conocer lugares especiales para él.
La propuesta: salida al campo con barbacoa incluida.

10 de marzo
- 10:30 hrs.
Me pasa a recoger por casa (como una princesa), pese a que vive fuera de Pamplona y para llegar al sitio elegido tenía que volver sobre sus pasos. Como nunca, me había quedado leyendo en la cama y... claro, se me echó el tiempo encima. Resultado: dos llamadas de Mr. Puntual para saber por qué llegaba tarde.
-10:45 hrs.
Por fin bajo. Comentario, de "llegando tarde como todas las mujeres". El comentario un poco desatinado, pero como tenía razón en lo de llegar tarde pues, en boca cerrada no entran moscas. Intento explicarme. Es que andaba preparando la bolsa de la comida, te va a encantar lo que llevo. Me corta. No te preocupes, no hay prisa. Vale.
- 11:30 hrs.
Primera parada. Usún, un pueblecito cerca de la Foz de Arbayún, donde íbamos. Día soleado y no muy frío, caminata ligera, fotos a diestro y siniestro, buena conversación, un perro majísimo que nos acompañó parte del camino y llegamos a La Canaleta, un conducto para trasladar agua desde la foz hasta Lumbier, que  tiene 11 km. y que fue construido en 1928. Seguimos la canaleta, primero entre bosques, qué bonito, qué bucólico, qué paz, qué bien se respira... Y llegamos, de pronto, a una puerta. Parece la puerta de Jurassic Park, me dice Cabrilla. Más bien la puerta al Inframundo, pienso yo.

De pronto el bosque desaparece y comienza a aparecer roca por todos lados, con unos hierbajos aquí y allá. El camino se estrecha y llegamos a una parte donde está la canaleta a mano derecha (con un cable para amarrar arneses), un camino de apenas 50 cm. y un acantilado de más de 200 m. donde no existe ningún tipo de protección que te quite la idea de que vas a caer al vacío y morir golpeándote contra las piedras y rompiéndote todos los huesos de tu cuerpo. Hay que andar agachados porque aunque la roca está excavada, el techo está a un metro y medio, más o menos. Me voy agarrando al cable con la mano, la cámara dándome en el muslo, concentrada en el suelo para no tropezar y Cabrilla dice: "sentémonos aquí para que puedas admirar las vistas". Nos sentamos, miro por donde hemos venido y un vértigo me inunda completamente, el miedo me atenaza y me veo despeñada al fondo del barranco, flotando en las aguas del Río Salazar.

Cabrilla me empieza a hablar de buitres leonados, "mira, hay como media docena planeando allí arriba". Claro, pienso yo, se han enterado de que soy torpe de narices y están esperando a que me despeñe para lanzarse en picado y comer mis restos. Cabrilla sigue hablando, pero tengo que admitir que no le presto mucha atención. ¿Qué hacer, qué hacer? Saco la cámara y me pongo a hacer fotos. A través del visor la realidad parece menos realidad. Y mi mente se va a los fotógrafos de guerra que mirando por el objetivo se evaden de la violencia que les rodea. Me da una paz estar aquí - dice Cabrilla despertándome de mi ensimismamiento. ¿A ti no? ¿Me hago la dura, la valiente y le digo que sí? Nahhh, no se lo cree ni de broma, debo de tener una cara de miedo que asusta. Pues mira no, paz y tranquilidad no son las palabras que me vienen ahora mismo a la cabeza. Empiezo otra vez a sentir como que el suelo se mueve y yo me voy a caer, así que me agarro con fuerza al cable que tengo bajo mi culo. Empiezo a pensar en cómo me voy a levantar sin resbalarme y despeñarme cuando Cabrilla dice, seguimos ¿no?

Intento pensar en otra cosa mientras me levanto (bueno, más o menos, porque para poder agarrarme al cable de marras tenía que ir encorvada cual viejecica jorobada) y continuo porque veo el final a pocos metros. Por fin llego a sitio seguro y miro hacia atrás, por donde hemos pasado. ¡Glup! Me pongo a sacar fotos otra vez, porque esto hay que documentarlo para la posteridad. Mi respiración empieza a pasar de presto a allegro, pero la alegría dura poco. Bueno, volvemos ¿no? pregunta animadamente Cabrilla. ¿Por dónde? Pregunto yo con desconfianza. Pues por aquí, por donde hemos venido. ¡¿¿¿¡¡¡¡Qué!!!!???! ¿Que tengo que volver a pasar por ahí pero ahora agarrada con la mano izquierda (soy diestra y aunque nunca he dudado de mi mano izquierda nunca es tarde para empezar), con la bolsa de la cámara dándome en el muslo y viendo el acantilado a la derecha (los acantilados son como los periódicos, te fijas antes en la página par (la de la derecha) que en la impar)? Si me odias habérmelo dicho tranquilamente en el coche y aquí paz y después gloria, ¡pero no me tortures, por favor!

Cabrilla haciendo honor a su nombre comienza a caminar sin agarrarse, diciéndome que lo del vértigo es psicológico, yo intentando acordarme de alguna canción para tararear, me llega a la mente la de Ai se eu te pego, que odio a muerte. Juro y perjuro internamente y le echo mil maldiciones a Michel Teló y a mis vecinos de abajo. Cuando me quiero dar cuenta ya he llegado a terreno seguro y pienso que al final tendré que mandarle hasta una cesta de frutas y todo al Teló.

Bajamos en un visto y no visto y por el camino yo cotorreando "me ha encantado" (que es verdad), "tengo que decirle a R. que venga, le va a fascinar, que ella es mucho de descenso de barrancos y esas cosas". Cabrilla sonríe beatíficamente y yo sé que se ha dado perfectamente cuenta de que estaba acojonada pero como es un caballero ha hecho como que no se ha dado cuenta. Cuando llegamos al coche  son las 2 de la tarde y es hora de ir a preparar la barbacoa.

Como veo que esto se me está haciendo largo, mañana sigo con el relato de mi día aventurero.

08 marzo 2012

A Pamplona hemos de ir con una media, con una media...

Que después de dos años sin dar señales de vida me lanzo otra vez a la pantalla y me pongo a desvariar un poco como si nada hubiera pasado. Y claro, así no, que es un lío, y no se entiende nada. Así que ahí va el breve cuento.

Lo que pasó es que mi periplo por Ecuador terminó y volví a España, en medio de un pesimismo generalizado. Recalé en mi bella Portus Victoriae y tras medio año de dudas existenciales, incertidumbres presentes, pasadas, y sobre todo, futuras, me vine a vivir a Pamplona, Iruña, la ciudad de los Sanfermines.

Bueno, que vivo pero que no vivo. Pero me voy a explicar mejor, que hoy ando un poco acelerada. Así, que me acuerde de memoria, he vivido en unas diez localidades diferentes de tres países, y por más que lo intentara (o a lo mejor era por falta de intento, que una nunca sabe), en algunos de esos municipios no sentía eso que los angloparlantes llaman "feeling". Esa comodidad de saberse en casa, de sentirse a gusto con el entorno.

Pamplona es uno de esos lugares. No digo que la ciudad no sea bonita, que lo es, ni que la gente no sea amable, que lo es también, aunque demasiado cerrados a la gente que no conocen, para mi gusto personal. Pero no acabo de sentir que sea mi lugar. Pamplona es verde (hay parques por todos los lados), segura, tranquila, manejable, pero también es un desastre en su estructura urbanística. Tenía tan poco sitio para crecer, que absorbió a los pueblos de alrededor. Así que no es raro que te encuentres que una calle es Pamplona en unos números y Villaba o Ansoain en otros. Y eso significa, que ya no estás en Pamplona, porque Villaba y Ansoain tienen ayuntamientos propios y normativas diferentes.

Ese no sentir que sea mi lugar, hace que tenga comportamientos que, hasta a mi, me cuesta entenderlos. A pesar de llevar ocho meses viviendo y trabajando aquí no me he empadronado. ¿Que necesito ir al médico (dentista, ginecólogo, médico generalista...)? Voy a Santander. ¿Que necesito cambiar mi aspecto (peluquería, depilación...)? Voy a Santander. ¿Que necesito comprar ropa, cosas para la casa, etc? Voy a Santander.

Que sí, que ya lo sé, que no solo es una estupidez, sino además un trasiego de carretera que no te quiero contar, y que si gasto de gasolina, contaminación, tiempo perdido... Pero no lo puedo evitar. No me hallo en Pamplona. Me siento de paso. Fuera de lugar. Lo más probable es, que de tanto intentarlo, acabe consiguiéndolo y me marche de aquí, pero por ahora, aquí estoy, en una ciudad que no me produce ni frío ni calor, y a la que ni el roce hace, por ahora, el cariño. Ya veremos en qué acaba todo.

06 marzo 2012

Tolerancia


Hace unos años fui a uno de esos cursos de verano organizados por una universidad; la de Cantabria, si no recuerdo mal. El curso versaba sobre "Los retos de los Derechos Humanos en el S. XXI" y como ponentes había varias eminencias de renombre internacional (aunque tengo que admitir que es lo que decía el folleto, porque yo no conocía a casi ninguno).

El que haya ido a algún curso de estos reconocerá las distintas clases de ponentes que te puedes encontrar.

- El ponente ilustrado: Sabe mucho, qué digo mucho, sabe muchísimo, o al menos eso parece. Suele permanecer sentado, consultando miles de notas y de papeles y dando muchas referencias sobre autores de los que no has oído hablar en tu vida. Todo sería perfecto si no fuera porque es aburrido a más no poder, y a los diez minutos de comenzar la charla ya estás haciendo la lista de la compra o dibujando figuras abstractas cual Mondrian en pleno apogeo.

- El ponente divertido: Siempre está de pie, paseando de un lado para otro, hace preguntas retóricas, cuenta muchas anécdotas, es gracioso y probablemente sepa muchísimo, pero se empeña tanto en hacer la conferencia animada que te vas con la sensación de que no te ha descubierto nada nuevo bajo el sol.

- El ponente novato: Puede que sea su primera conferencia, o puede que lo de hablar en público no lo lleve bien. Suele sudar a mares, carraspear, dejar tiempos muertos, remover las hojas para un lado y para otro, dejarse olvidadas muchas de las cosas que pretendía decir, y sufrir muchísimo a la hora de las preguntas del público. Si tienes un mínimo de empatía, tú también sufres con él y por él y nada más empezar estás deseando que se acabe esa tortura.

- Y para no irme del tema, acabaré con el ponente que a mí más me gusta; el ponente experimentado: Te hace sentir como si estuvieras comiendo con él tranquilamente en un restaurante. Tiene tal dominio de la materia que te la cuenta de forma precisa, sencilla y amena. De los que te presentan conceptos y cuestiones cotidianas desde un punto de vista distinto, transgresor incluso, y te dejan pensando en sus palabras no una hora, sino días, meses, e incluso años.

En el curso de los derechos humanos el ponente de la última clase fue Gregorio Peces-Barba. Habló sobre su experiencia como uno de los padres de la Constitución, el proceso de su redacción, el cuidado que se tuvo de respetar los derechos humanos... Soltó, a conciencia, un par de perlas incendiarias que a más de uno aún debe de estar quemándole y comentó una cosa que es la que años después yo aún rumio y por la que escribo este post. Dijo que siempre que se habla del concepto de derechos humanos, éste va de la mano de la palabra tolerancia. Y que él detestaba esa palabra, pues no era sino condescendencia hacia lo que consideramos inferior.

El diccionario de la RAE tiene las siguientes entradas en la palabra tolerar:

1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.
2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.
3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.
4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

Efectivamente las tres primeras entradas no son muy halagüeñas. La gente dice "Hay que ser tolerantes con los inmigrantes" o lo que es lo mismo "No nos gustan, no deberían estar en nuestro país, pero qué le vamos a hacer, la ley y un montón de convenciones internacionales los ampara así que habrá que tolerarlos, habrá que sufrirlos, permitirlos". Tolerancia hacia los discapacitados, hacia los que tienen la piel de otro color, hacia los que son de otra etnia, hacia los que tiene otra religión...

Esa gente que usa la palabra tolerancia con tanta alegría, debe de creerse que son los elegidos, el último eslabón evolutivo donde sólo han llegado los mejores. Pues no señor. Ni son los más guapos, ni los más listos, ni mucho menos el modelo a imitar por los demás.

Aunque la cuarta de las acepciones es más políticamente correcta, a mi, aún me llega ese acre olor de prepotencia y prefiero usar la más inequívoca y más inclusiva palabra respeto.