09 mayo 2012

Curiosidades culturales

Me está gustando el libro de Antropología Cultural de Conrad Kottak. Primero porque, a pesar de ser un tocho tamaño sábana de más de 450 páginas, está estructurado de una forma muy ligera y amena, como a mí me gusta, que no hace falta complicar las cosas. Tiene muchas imágenes (¡qué manía con no poner fotos en los libros de texto para adultos! Yo al menos me aburro y pierdo la concentración ante un erial de palabras que no cuentan una historia) que ejemplifican lo narrado, con muchos subtemas para descansar la vista y la mente, con distintas secciones independientes para que no tengas que empezar por el principio y no parar hasta el final... Pero sobre todo me gusta por el contenido. Además de sacar temas sobre los que uno (o al menos yo) no reflexiona habitualmente, cuenta un montón de curiosidades sobre otras culturas. Y yo adoro las curiosidades. Me encantan. Me apasionan. Y además las recuerdo aunque hayan pasado años. Luego entraría el hecho de que, de cuando en cuando, las saco en conversaciones y la gente me mira con cara de "esta tía de dónde ha salido", pero ese es otro tema.

Ahí van algunas de esas curiosidades que me han llamado la atención: 

En el capítulo del matrimonio habla sobre el incesto y la endogamia, como algo considerado tabú por la mayoría de las culturas pero, aún así, ampliamente practicado. Cuando hablamos de incesto nos viene a la cabeza las relaciones no consensuadas entre, sobre todo, padres e hijas menores de edad; pero el incesto engloba también las relaciones entre hermanos, madres e hijos y entre primos carnales, sean o no deseadas por ambas partes. Siempre se nos ha dicho que tener relaciones sexuales con un familiar cercano, aparte de asqueroso, conlleva el riesgo de engendrar hijos con deficiencias físicas y/o mentales. El libro tiende a descartar esa teoría y pone ejemplos de sociedades donde el incesto no sólo era permitido sino promovido. 

Este es el caso de algunas sociedades polinésicas (como la hawaiana) donde los ancestros creían en una fuerza impersonal que se llamaba mana. También consideraban que no te podías casar con alguien con menos mana que tú (supongo que te debilitaba el espíritu) y que el rey era el ser humano que más mana tenía (que para eso era rey) sobre la faz de la tierra. El resultado es que el rey sólo se podía casar con su hermana, que era la única que tenía el mismo mana que él. Aunque nos extrañe, esta costumbre no era única del pueblo hawaiano, sino que también se practicaba en lugares tan dispersos como en el antiguo Egipto y en el Imperio Inca de Perú. 

En otro de los temas habla de la cultura y explica los diversos mecanismos por los cuales la cultura es dinámica. Evoluciona. Uno de esos mecanismos es la aculturación, que es el intercambio de características culturales entre dos grupos distintos que mantienen contacto (normalmente por motivos comerciales). Un ejemplo de aculturación es el pidgin, que es el lenguaje rudimentario que se desarrolla para que dos pueblos distintos puedan comunicarse (ahí me acordé de una anécdota que contó Perico Delgado sobre cómo se comunicaban los ciclistas en un pelotón en el que había casi tantos idiomas distintos como personas. Cogiendo una palabra de aquí, otra de allá, me invento una nueva y ya tenemos nuevo método de comunicación). Muchos vocablos de ese pidgin se mantienen en el tiempo incorporándose en el lenguaje cotidiano, como pasó en la India, tras la llegada de los ingleses. 

Pasamos al género y aquí Kottak nos cuenta que en muchos pueblos nativos americanos (no en uno, sino en muchos) existen cuatro géneros. Hombre, mujer, berdache y mujer con corazón de hombre. Los berdache eran hombres biológicos que asumían modales, conductas y labores de las mujeres, casándose incluso con hombres de la tribu y ejerciendo como la mujer del hogar. Las mujeres con corazón de hombre realizaban labores tradicionalmente masculinas, como cazar, mientras en el tipi les esperaba su mujer con la comida hecha. No he podido dejar de pensar en lo mucho que debieron de sufrir esos pueblos cuando se vieron abordados por una pandilla de puritanos reprimidos para los que todo tenía que ser A o A. 

Y es que, efectivamente, la cultura evoluciona, pero no quiere decir que evolucione hacia el respeto y la diversidad. La sociedad en la que vivimos nos empuja hacia la homogeneidad, como si fuese algo positivo, como si fuese algo natural. Pero no lo es. La aparente perogrullada de que cada persona es un ente único parece no ser tan obvia en nuestra sociedad. ¿Que te gusta vivir de noche y dormir de día? Eres un raro. ¿Que eres mujer y te gustan las mujeres o te gustan tanto los hombres como las mujeres? Eres una desviada. Y una enferma. ¿Que te gusta vestir diferente a lo que marca la moda actual? Eres una estrafalaria. ¿Que además no aceptas que eso sea así y lo dices abiertamente? Eres una radical. Y además peligrosa. Para que hablemos de desarrollo, y de respeto y de tolerancia. Para que vayamos ahora de modernos "aceptando", por ejemplo, el matrimonio homosexual. Porque además, me apuesto lo que sea, a que habrá alguien que lea este post y piense que los polinésicos, los nativos americanos, los incas y los del antiguo Egipto eran unos bárbaros y unos incultos. Cuando inculto significa no tener cultura y lo único que pasa es que tenían una cultura distinta a la nuestra. 

Eso me recuerda a otro término que se desarrolla en el libro y del que en el mundo occidental hacemos más que uso, abuso: Etnocentrismo, que consiste en mirar la propia cultura como superior y aplicar sus valores para juzgar a las personas de otras culturas. ¿Lo has practicado alguna vez? Yo, lamentablemente, sí. 

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