12 abril 2012

Muchas de cal y alguna de arena para El sueño del Celta

¡Por fin! ¡Por fin he acabado de leer "El sueño del Celta"! Una recomendación y préstamo de Cabrilla. No quiero cargar, demasiado, las tintas contra el libro y el autor, por lo que voy a intentar moderarme en los comentarios. 

El sueño del Celta
Mario Vargas Llosa
Hace mil años leí una novela de Vargas Llosa llamada "Pantaleón y las visitadoras". No la pude acabar y no por aburrimiento, sino por una sensación de desagrado, de pérdida de tiempo y de pensamientos negativos que sacaban el alien que llevo dentro de mí. Cuando Cabrilla me dijo que esta novela le había gustado y que me recomendaba que la leyera, pensé primero en decirle que no, que pasaba, que el tipo no me gustaba. Pero antes de soltarlo lo sopesé. ¿Y si no era el momento adecuado cuando leí Pantaleón?, ¿y si el tiempo me ha hecho juzgar demasiado duramente a este autor tan reconocido y galardonado?, ¿y si le doy una segunda oportunidad  y, así, puede que me lleve una grata sorpresa? Así que callé y acepté la novela. 

No me ha gustado. ¡Hala, ya lo solté! No me ha gustado y no sólo no he cambiado de opinión, sino que la sostengo y la refuerzo. Para el que no haya leído la novela, ésta habla sobre la vida de Roger Casament, un tipo irlandés que vivió entre finales del S. XIX y principios del S. XX y que se hizo famoso por destapar y denunciar los abusos de los colonizadores contra los pueblos indígenas del Congo Belga y del Putumayo peruano. Por si no fuera poco, más tarde se unió a la causa independentista irlandesa y luchó por crear una República de Irlanda. Vamos, que no estuvo quieto. 

Roger Casament en el Putumayo. Circa 1910.
Hay un montón de razones por las que no me ha gustado el libraco, así que expondré unas cuantas. La primera es que a la novela le sobran 200 páginas de las 450 que tiene. El libro está dividido en tres capítulos: Congo, La Amazonía e Irlanda. En las dos primeras partes repite, una y otra vez, los horrores a los que los indígenas eran sometidos para que los colonizadores (belgas en el caso del Congo y descendientes de españoles en el caso del Putumayo) sacaran el máximo provecho de los recursos naturales de sus tierras. Una verdad como un puño, no digo yo que no, pero no hace falta que me repitan cinco o seis veces que a los indígenas los marcaban con hierro como si fueran reses, o que cada indígena tenía la espalda y las piernas llenas de cicatrices de los latigazos, o la patética excusa de que los indígenas congoleños eran unos bárbaros porque mataban a los hermanos gemelos y que los indígenas peruanos eran unos bárbaros porque ahogaban a los niños que nacían con labio leporino (siento el spoiler porque os acabo de contar ya medio libro). La repetición es un estilo literario que se realiza para enfatizar, para atraer la atención, para atrapar, pero hay que usarla con mucho cuidado porque si se abusa de ella lo que produce es el efecto contrario; hastío, hartazgo y desatención. 

Segunda razón. La novela arranca con Casament en una cárcel a la espera de que le conmuten la pena de muerte. No se sabe ni dónde ni por qué le han condenado. Y no se sabe hasta que no han avanzado 200 páginas. Me gustan los libros de suspense. Esos de policías o detectives que están investigando un crimen y donde tus descubrimientos van a la par que los del protagonista. Es justo. Pero, señor Vargas Llosa, está muy feo eso de guardarse para uno mismo  los motivos (porque aunque la historia está basada en hechos reales no creo que mucha gente hubiera oído hablar de Casement hasta que usted hizo la novela). ¿Para qué?, ¿para darle emoción al asunto? Ninguna. No le da ninguna emoción. Al contrario. He estado a un tris de dejar la novela (de hecho porque era una recomendación, que si no, seguro que no la acabo), por cansino. 

Roger Casament - Retrato, 1910
National Library of Ireland
Tercera razón. La novela se supone que es una biografía novelada del señor irlandés éste. Eso quiere decir, uno se documenta, con los datos que tiene, y que desea usar, esboza el esqueleto del libro y el resto se lo inventa, porque para eso es una novela y porque así puede darle un tono más dinámico al asunto. Pues no. Lo que ha hecho es escribir un libro de historia, totalmente subjetivo, desde luego, que ni tiene credibilidad (por ser novela), ni emoción, ni dinamismo. Pese a que Casement se supone humanista, porque dedicó toda su vida a luchar para defender los derechos de los oprimidos (indígenas africanos y americanos primero e irlandeses después), el libro peca de falta de humanidad. Sólo hay unos pequeños retazos de los pensamientos y sentimientos más personales de Casement. Poco o nada de sus amigos, de su familia, más allá de una sucinta descripción y si se sentía cómodo con ellos o no. Pero muchas páginas sobre las estrategias militares y políticas, sobre divagaciones espirituales poco personales, descripciones de los elementos de tortura, de sus escritos, de sus males físicos... He acabado el libro y me ha dado la impresión de que a Vargas Llosa cada vez le gustaba menos Casament y que cada vez quería contar menos de él. Muy raro.

Cuarta razón. Cuando alguien hace memoria sobre su pasado lo normal es que los hechos no aparezcan lineales, sino que un recuerdo le lleva a otro y luego tiene que volver a retomar el hilo y seguir todo eso puede ser un poco caótico. Por eso, cuando te encuentras una novela o una película que habla sobre hechos pasados y recordados por alguien, el autor tiene la consideración de hacerlos ficticiamente lineales, evitando retuertos y facilitando su comprensión. Como he comentado, Vargas Llosa divide la novela en tres capítulos, pero, de cuando en cuando, esa linealidad se la pasa por debajo del Arco de Triunfo. Así que no es raro que te hable del Putumayo en el capítulo del Congo o de Alemania (¿Alemania? Sí, sí, Alemania) en el capítulo de La Amazonía porque de pronto los indígenas amazónicos le recuerdan a los irlandeses o viceversa (¿ein?) y para saber qué tiene eso que ver, mejor os leéis el libro. Saca un tema, habla un poquito de él (apenas una página o dos) y tú, inocentemente piensas, bueno, cuando llegue a su capítulo lo desarrollará. No, pero gracias por concursar. 

Quinta razón. Una de las razones por las que me gusta leer a autores latinoamericanos es, además de que tienen otra forma de escribir y de ver el mundo real y el onírico, porque me encantan los giros, los modismos, los términos que utilizan, que, en mi opinión, enriquecen al español castizo y un poco limitado que hay en España. Sé que Mario Vargas Llosa es peruano, porque es un autor mundialmente conocido y porque lo pone en la lengüeta de la portada. Pero parece que ha llegado a la conclusión de que le compran más libros en España que en Perú o que en otros países de Latinoamerica y ha decidido que se va a olvidar del español que se habla en Perú, porque eso aquí en España no se entiende. ¡Qué pena! El único desliz que ha tenido es al final del libro (quizás porque ya tenía ganas de acabar y no se fijó tanto) donde afirma que Casement estaba consciente de la gravedad del asunto. Éste es un término que en mis estancias en Chile y Ecuador me llamaba mucho la atención, porque para cualquier español "estar consciente" significa que está despierto, que no se ha desmayado y "ser consciente" significa que sabe algo o tiene conciencia de ello [Diccionario Panhispánico de dudas].  Esto, que en otra época me sacaba un poco de quicio, ahora me ha hecho sonreír con ternura y mucha nostalgia.

¿Tiene algo bueno el libro? Pues sí, claro, no todo son disparos a matar. Lo primero es que he descubierto a Roger Casement, que tenía unas ideas muy adelantadas para su época y que además se molestó en dejarlas por escrito (pese a que sé que será una lectura dura y desgarradora, ansío hacerme con el Libro Azul sobre el Putumayo). Porque me hizo viajar a África y a la Amazonía (aunque fuera de forma desagradable). Porque me ha contado más cosas sobre los esfuerzos por conseguir la independencia de Irlanda (más allá de Michael Collins, al cual, sorprendentemente no menciona, aunque formó parte del Alzamiento de Pascua de 1916). Y porque Vargas Llosa escribe bien, muy bien, eso no voy a negarlo. Y cuando cogía ritmo y se dejaba de tanta política y de repeticiones tediosas, la verdad es que daba gusto leerlo.

No te lo tomes a mal, Cabrilla, y esta crítica no significa que no quiera que me dejes más libros. Al contrario. Te agradezco, muchísimo, que me hayas puesto en bandeja la oportunidad de tener una segunda opinión de este autor y espero con impaciencia el próximo libro que desees dejarme. 

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