06 marzo 2012

Tolerancia


Hace unos años fui a uno de esos cursos de verano organizados por una universidad; la de Cantabria, si no recuerdo mal. El curso versaba sobre "Los retos de los Derechos Humanos en el S. XXI" y como ponentes había varias eminencias de renombre internacional (aunque tengo que admitir que es lo que decía el folleto, porque yo no conocía a casi ninguno).

El que haya ido a algún curso de estos reconocerá las distintas clases de ponentes que te puedes encontrar.

- El ponente ilustrado: Sabe mucho, qué digo mucho, sabe muchísimo, o al menos eso parece. Suele permanecer sentado, consultando miles de notas y de papeles y dando muchas referencias sobre autores de los que no has oído hablar en tu vida. Todo sería perfecto si no fuera porque es aburrido a más no poder, y a los diez minutos de comenzar la charla ya estás haciendo la lista de la compra o dibujando figuras abstractas cual Mondrian en pleno apogeo.

- El ponente divertido: Siempre está de pie, paseando de un lado para otro, hace preguntas retóricas, cuenta muchas anécdotas, es gracioso y probablemente sepa muchísimo, pero se empeña tanto en hacer la conferencia animada que te vas con la sensación de que no te ha descubierto nada nuevo bajo el sol.

- El ponente novato: Puede que sea su primera conferencia, o puede que lo de hablar en público no lo lleve bien. Suele sudar a mares, carraspear, dejar tiempos muertos, remover las hojas para un lado y para otro, dejarse olvidadas muchas de las cosas que pretendía decir, y sufrir muchísimo a la hora de las preguntas del público. Si tienes un mínimo de empatía, tú también sufres con él y por él y nada más empezar estás deseando que se acabe esa tortura.

- Y para no irme del tema, acabaré con el ponente que a mí más me gusta; el ponente experimentado: Te hace sentir como si estuvieras comiendo con él tranquilamente en un restaurante. Tiene tal dominio de la materia que te la cuenta de forma precisa, sencilla y amena. De los que te presentan conceptos y cuestiones cotidianas desde un punto de vista distinto, transgresor incluso, y te dejan pensando en sus palabras no una hora, sino días, meses, e incluso años.

En el curso de los derechos humanos el ponente de la última clase fue Gregorio Peces-Barba. Habló sobre su experiencia como uno de los padres de la Constitución, el proceso de su redacción, el cuidado que se tuvo de respetar los derechos humanos... Soltó, a conciencia, un par de perlas incendiarias que a más de uno aún debe de estar quemándole y comentó una cosa que es la que años después yo aún rumio y por la que escribo este post. Dijo que siempre que se habla del concepto de derechos humanos, éste va de la mano de la palabra tolerancia. Y que él detestaba esa palabra, pues no era sino condescendencia hacia lo que consideramos inferior.

El diccionario de la RAE tiene las siguientes entradas en la palabra tolerar:

1. tr. Sufrir, llevar con paciencia.
2. tr. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.
3. tr. Resistir, soportar, especialmente un alimento, o una medicina.
4. tr. Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.

Efectivamente las tres primeras entradas no son muy halagüeñas. La gente dice "Hay que ser tolerantes con los inmigrantes" o lo que es lo mismo "No nos gustan, no deberían estar en nuestro país, pero qué le vamos a hacer, la ley y un montón de convenciones internacionales los ampara así que habrá que tolerarlos, habrá que sufrirlos, permitirlos". Tolerancia hacia los discapacitados, hacia los que tienen la piel de otro color, hacia los que son de otra etnia, hacia los que tiene otra religión...

Esa gente que usa la palabra tolerancia con tanta alegría, debe de creerse que son los elegidos, el último eslabón evolutivo donde sólo han llegado los mejores. Pues no señor. Ni son los más guapos, ni los más listos, ni mucho menos el modelo a imitar por los demás.

Aunque la cuarta de las acepciones es más políticamente correcta, a mi, aún me llega ese acre olor de prepotencia y prefiero usar la más inequívoca y más inclusiva palabra respeto.

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