10 abril 2010

Viaje a Riobamba - Segunda Parte

Empezó a llover, lo cual era raro, porque hacía meses que no llovía en Riobamba, una zona agrícola, cuyos habitantes realmente lo están pasando mal por la falta de agua.

Belén es ecuatoriana y su familia es de la zona. Su tía y su abuela se han hecho una cabañita en una minúscula aldea llamada Cochapamba, situada cerca de Sibambe, a unos 100 km. al sur de Riobamba. Para allá fuimos los cinco en coche. Para llegar a Cochapamba hay que pasar por Alausí, que es un pueblito precioso donde paramos a comprar víveres. Llegamos casi a las seis de la tarde a la casa. La cabaña está en lo alto de una loma, lejos de los caminos principales, así que tuvimos que dejar el coche al final de una senda, y ponernos a subir por un caminillo todo embarrado. Nos cruzamos con algunas familias que bajaban a Sibambe, a la procesión de Viernes Santo. Todos vestidos de domingo, aunque con la mirada apagada.

A mitad de camino llegamos a la casa de Don Pío. Es un vecino que se encarga de cuidar la casa, cuando las dueñas no están. Don Pío es mudo. Bueno, en realidad no es mudo, habla por los codos, pero no puede pronunciar y la verdad es que era un poco torturador mantener con él una conversación. Nos contaba Belén que hace unos cincuenta años, cuando Don Pío nació, en la zona la sal no tenía yodo y mucha gente sufría las consecuencias, como bocio, problemas de tiroides o problemas para hablar.

La casa es preciosa, completamente de madera, con un porche que me hizo recordar a las cabañas de las películas de indios y vaqueros. Por dentro, austera, sencilla, confortable, oliendo a madera recién cortada. No tiene luz eléctrica (tan solo un generador que decidimos no poner en marcha) ni agua caliente, así que encendemos varias velas, sacamos la comida que habíamos llevado y la bebida y nos sentamos a charlar. En un momento pensamos en bajar al pueblo para ver la procesión, pero el sentido común se impone y pensamos que quizás bajar por un camino embarrado, con noche cerrada y sin más luz que la de una vela no es muy aconsejable.

Salgo al porche y me sorprendo al ver pequeños chispazos que van alumbrando la noche por doquier, son luciérnagas. Me siento como en un cuento, de los que leía cuando era niña.

Ya es tarde y estoy muerta de sueño, así que me voy a la cama. Las sábanas huelen un poco a humedad y la cama es dura como una piedra, pero ese pensamiento se arrastra por mi mente apenas un minuto, que es lo que tardo en dormirme.


Me despierto a las 8 de la mañana. Salgo al porche y veo que hace un día espectacular. Vuelvo, me pongo las botas y cojo la cámara para sacar algunas fotos. Amarrados al lado de la cabaña hay dos burritos que no se asustan por mi presencia. Me encuentro a Don Pío y le comento que hace un día precioso. Me mira con cara de "esta de ciudad no sabe lo que dice" y me dice que no y yo, terca como una mula que sí. Una hora después, la niebla había bajado tanto que no se veía a dos metros y empezó a llover.
Un par de horas después se abrió otra vez la niebla y salió el sol. Decidimos recogerlo todo y bajar al pueblo de Sibambe, antes de volver a Riobamba. El pueblo estaba silencioso, tranquilo, después de la fiesta de la noche anterior. Algún niño jugando en la calle, algún perro dormitando y algún hombre borracho en la puerta del bar de la plaza. Dimos un paseo, nos tomamos algo y de vuelta a la cabaña. Comienza a llover finamente justo cuando llegábamos. Menos mal porque la subida era de aupa y el suelo era de barro y ya estaba bastante resbaladizo.


El camino de vuelta a Riobamba fue largo, lleno de obras en la carretera (muy buena, por cierto), con una niebla cerrada, pero muy, pero que muy divertido. Eran ya las cuatro cuando llegamos a la ciudad.

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